viernes, 13 de abril de 2012

Acerca tu mano


Puertas cerradas
¡Jesús ha resucitado!
Y no solo eso,
el mismo día se le apareció a algunas personas.
Lo han encontrado y hablado con él.
Esta noticia se ha difundido en Jerusalén
y después en todo el mundo.
La fama de que Jesús está vivo
ha atravesado los siglos hasta nuestros días, hasta hoy.
No se trata meramente de una memoria viva,
sino de una presencia viva.
El crucificado no está más sepultado en la tumba,
está resucitado de entre los muertos
para vivir y reinar eternamente.
Juan nos cuenta hoy en su evangelio
que al atardecer del día de la resurrección hay un contraste:
la tumba de Jesús está abierta,
pero la puerta del lugar donde están los discípulos está cerrada
Él precisa que se cerraron por temor
Es así, querido hermano,
el temor siempre nos hace cerrar las puertas.
El miedo hace retirarse, retroceder, desanimarse.
No es difícil imaginar porqué Pedro
y sus compañeros estaban espantados.
Los judíos que mataron al Maestro
eran la amenaza también para la vida de sus seguidores.
Además, había otro temor, no tan vital, pero muy incómodo.
Si la gente los hubiese visto,
todos se habrían mofado de ellos por su cobardía
y traición en el momento más difícil de su Maestro.
Ay, el pecado deja una herida que duele.
Suscita el remordimiento de la conciencia.
Inquieta, da vergüenza, hace esconderse,
quiere sepultar la vida. Y Jesús lo sabe bien.
Él salió de la tumba para abrir
nuestras tumbas creadas por el miedo
y abrir las puertas cerradas por el temor.
Él resucitó para hacernos volver a la vida sin miedo.
Por eso Jesús sorprende los discípulos y entra a través de las puertas cerradas.
Frente al amor desaparece el temor.


Misericordia
La noticia de la resurrección del Señor
alegró mucho los discípulos,
pero al mismo tiempo creó una preocupación.
Se preguntaban cómo sería el primer encuentro con él.
¿Les reprochará, tal vez solo con una mirada triste porque lo dejaron sufrir solo?
¿Tendría un duro discurso de humillación?
¿Les diría eso que ya todos saben bien, que son indignos de ser sus amigos elegidos?
Pero sus pensamientos interrumpieron las palabras del Resucitado: “¡La paz esté con ustedes!”
¡Escucha bien, no hay nada de amonestación, sino el perdón!
Su primer don es el perdón.
La paz.
Pero atención, no como aquella paz que la da el mundo que propone las pastillas que duran un par de horas y después te devuelven a tu depresión e inquietud.
La paz que da Jesús es duradera, porque toca la profundidad del ser humano con la fuerza que sana y consuela.


¡Tengo una buena noticia para ti!:
En el lugar que está cerrado a todos, en el lugar donde enterraste tu error, escondiste tu vergüenza y te acostumbraste a convivir con el miedo a ser condenado hoy Jesús quiere entrar.
Jesús no te condena, él te perdona.
Jesús te entiende, te ama y te justifica.
Déjalo liberarte de tus miedos.
Déjalo liberarte de tus pecados.
Que se alegre tu corazón por tu nuevo inicio.
Él te devuelva la vida nueva.
Este es el grande don de la divina misericordia.
En ocasión de la canonización de Santa Faustina,
“Apóstol de la Divina Misericordia”, el 30 de abril del año 2000, el papa Juan Pablo II instituyó oficialmente la Fiesta de la Divina Misericordia a celebrarse todos los años en el primer domingo siguiente a la Pascua de Resurrección. 


Por eso, no temas acercarte a Jesús, acercar tu mano a sus llagas, aunque tus pecados sean innumerables, graves y miserables.
Quien se dirige a la fuente de la misericordia conocerá paz. 
Como los primeros discípulos en el día de la resurrección.
Toda alma que cree y tiene confianza en la infinita misericordia de Dios, la obtendrá.





Llagas
Una cosa más.
Hay un detalle que puede sorprender y asombrar:
con la resurrección de Jesús desaparecieron
todas sus heridas de la corona de las espinas, 
de la flagelación, de las caídas…
¡pero no las cinco llagas!
Las llagas de las manos, de los pies y del costado se quedaron. ¿Como es posible?
Pensábamos que la resurrección
borró todas las heridas del viernes santo.
Pero no.
Pascua es el paso, no la anulación de la cruz.
El pasado no se borra, sino transforma.
Las llagas se quedan.
Lo conocemos todos bien en la propia vida.
¿Qué quería demostrarnos Jesús?
Lo primero es que Jesús resucitado no era otro sino el mismo que fue crucificado. Además, para que nos recordemos siempre de la desmesura de su amor y el caro precio de nuestra redención…Pero, parece que hoy, el apóstol Tomás quiere tomar la palabra para explicarnos algo más .Muy simple y prejuiciosamente se dice que Tomás es un falto de fe.
Y no es así.
Dos veces cuando se lo menciona en el evangelio demostró su valor y entusiasmo. Y hoy nos muestra también su cercanía y semejanza a todos nosotros.


Mellizo
El evangelio a Tomás lo llama “Mellizo”.
Interesante, como para dejarnos la posibilidad a mí y a ti de tomar el lugar de su mellizo. No de la misma sangre pero sí del mismo destino. Igualmente como él no estuvimos la noche del domingo de la resurrección con los otros diez discípulos. Igualmente como él conocemos las heridas de las desilusiones, amarguras y derroches de la vida. Pero también, en fin, juntos con él podemos recibir la misma gracia del encuentro con Jesús.


Tomás quería tocar las llagas de Jesús para creer.
Y en fin las tocó. Mira amigo, el milagro de ese momento.
De las llagas de Jesús no sale más la sangre sino la gracia.
Es impresionante.
La herida no sufre más el propio sufrimiento, sino sana el sufrimiento del apóstol.
A través de las llagas de Jesús la incredulidad se transforma en la fe.
Cuantas veces nos parecen nuestras heridas demasiado difíciles e inútiles los golpes de la vida.
Pero ellas pueden llegar a ser nueva fuente de la fuerza. Gracias a ellas podremos conocer al amor que sana y entender a los otros que sufren.
La gracia de las llagas de Jesús ha llevado a Tomás a la fe,
personal y firme.
¡Señor mío y Dios mío!
Somos llamados hoy a vivir el mismo milagro,
tocar y reconocer el amor de Jesús
y aceptarlo como el Señor y Dios.
¿Te acuerdas de las bienaventuranzas que Jesús que nos dio al inicio de su misión (cfr. Mt 5)?
Después su resurrección, que es un nuevo inicio, nos trajo una nueva y hermosa:
“¡Felices los que creen sin haber visto!”
¿Te acuerdas de las bienaventuranzas que Jesús que nos dio al inicio de su misión (cfr. Mt 5)? 
Después su resurrección, que es un nuevo inicio, nos trajo una nueva y hermosa: 
“¡Felices los que creen sin haber visto!”
Te invito a que aproveches la promesa
que proviene de este segundo monte de las bienaventuranzas
que es el Calvario,
donde Jesús murió y resucito y donde
“por sus heridas fuimos sanados” (Is 53,5).

Pbro. Mislav Hodzic

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