sábado, 15 de junio de 2024

RESONAR DE LA PALABRA

Que su hablar sea sí, sí, no, no.

Puede ocurrir, y de hecho ocurre que a veces nuestro sí no lo sea del todo. Que juguemos con cierta ambigüedad al afirmar algo o comprometernos. En su comentario a estas palabras del Señor, San Agustín previene: “tú que eres hombre y te engañas en muchas cosas, con frecuencia presentas a la verdad como testigo de tu falsedad”.


Lo que Jesús nos pide es que a nuestras falsedades y engaños, en muchas ocasiones autoengaños, no añadamos la ofensa de poner como testigo el santo nombre de Dios. El nos promete que conoceremos la verdad, que él mismo es la Verdad. Si “andamos en verdad” como pedía Santa Teresa a sus monjas, bastará con el sí y el no.

“No tomarás el nombre de Dios en vano”: en el Decálogo que Dios entregó a Moisés, este mandamiento es el segundo. Y lo cierto es que no se respeta, ni siquiera en ambientes de gente que cree. De gente, como nosotros que recita a diario “santificado sea tu nombre” en el Padrenuestro. Pero si el nombre, en el sentido bíblico es la verdad íntima de las cosas y sobre todo de las personas, tomar el nombre de Dios quiere decir asumir su realidad, entrar en una relación fuerte, en una relación estrecha con Él. El nombre del Señor es santo debe y guardarse en la memoria en un silencio de adoración amorosa. Sólo puede ser dicho para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. Tomarlo en vano, frívolamente o lo que es peor, con la pretensión de utilizarlo para nuestros fines, incluso los que nos parecen buenos, es necedad y ofensa.

Si al empezar el día o a lo largo de él, hacemos la señal de la cruz y decimos “en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” que sea con reverencia y amor, conscientes de lo que decimos y porqué lo decimos.

Virginia Fernandez
publicación original: Ciudad Redonda org

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