lunes, 25 de junio de 2018

Meditación: Mateo 7, 1-5

No juzguen y no serán juzgados.
Mateo 7, 1

Esta es probablemente una de las promesas más asombrosas del Nuevo Testamento. Parte del problema es que muchas veces no nos damos cuenta de que comúnmente juzgamos a otras personas. ¿No es cierto que por lo general no vemos el “tronco” que tenemos en el ojo propio y siempre tratamos de quitar la “paja” del ojo ajeno? Los pensamientos negativos o la crítica destructiva se hacen a veces tan habituales que no llegamos a percatarnos de que los practicamos a menudo.


Muy interesante es lo que dice San Agustín al respecto: “El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente… Pensemos primero si no hemos tenido nosotros algún pecado semejante; reconozcamos que somos frágiles, y [juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros mismos.” Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos pasará, como dice el Evangelio, que teniendo una viga en el ojo queramos sacar la paja en el ojo ajeno.”

El Señor quiere transformar la antigua naturaleza que todos tenemos y enseñarnos a admitir que no podemos controlar nuestra propia tendencia a juzgar y condenar a los demás. Solamente dejando que la Palabra de Dios encuentre acogida en nosotros y escuchando la voz del Espíritu Santo recibiremos la capacidad de bregar con todas aquellas cosas que nos mantienen en la oscuridad.

La buena noticia es que Jesús es el cirujano más esmerado y delicado que uno pueda encontrar. Así como te pide no juzgar para no tener que juzgarte él, también puede hacerte ver en qué has fallado e incluso estimular tu conciencia y comunicarte un saludable sentido de pesar y arrepentimiento por tus culpas y debilidades. Sin duda que le llama pecado al pecado, pero jamás te rechazará, porque él vino a librarnos, no a condenarnos; vino a unirnos a su Cuerpo, libres ya de todo juicio y crítica.

Pongamos, pues, el corazón en manos del Señor y pidámosle que destruya el pecado que aún llevamos en el interior, porque sus juicios son los únicos que pueden llevarnos a la verdadera libertad. Así, ya libres de todo prejuicio, podemos ser instrumentos dóciles, útiles y productivos que el Señor pueda utilizar para llevar a buen fin sus designios divinos.
“Amado Jesús, ayúdame a renunciar a todos los pensamientos negativos y de crítica destructiva en los que caigo a menudo, pues no quiero juzgar a nadie. Por tu gracia misericordiosa, creo que puedo recibir la libertad que tú me has prometido.”
2 Reyes 17, 5-8. 13-15. 18
Salmo 60(59), 3-5. 12-13

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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