jueves, 28 de junio de 2018

Meditación: Mateo 7, 21-29

No todo el que me diga: ‘¡Señor, Señor!’,
entrará en el Reino de los cielos,
sino el que cumpla la voluntad de mi Padre.
Mateo 7, 21


No hay duda de que la meta más importante de la vida humana es conocer a Dios. Fuimos creados para la vida eterna y todos compareceremos ante el tribunal de Cristo para ser juzgados, “para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo” (2 Corintios 5, 10).

Es cierto que en la vida podemos decidir por nosotros mismos lo bueno y lo malo, y quizá llegar a ser reconocidos como ciudadanos rectos, pero a menos que tratemos de conocer y hacer la voluntad de Dios, tal vez Jesús tenga que decirnos al final: “Jamás te conocí.” Esta es la razón por la cual la Iglesia señala constantemente los peligros de la Nueva Era, el ocultismo, el humanismo secular o cualquier otra filosofía similar que prometa algún tipo de “realización” aparte de Jesús. Esas creencias, que parecen tan razonables, inofensivas y atractivas, son por lo general sutilmente contrarias a la verdad del Evangelio del Señor.

Entonces, ¿cómo podemos saber si estamos haciendo la voluntad del Padre, y no sólo diciendo “Señor, Señor” (Mateo 7, 21)? En otra ocasión, Jesús explicó lo que es verdaderamente necesario: “La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado” (Juan 6, 29). Esto es lo que San Mateo quería que quedara grabado en el corazón de los creyentes al escribir el Sermón de la Montaña pronunciado por Jesús. Cristo lo es todo. La fe en él nos transforma por completo y nos permite conocer al Padre. La experiencia diaria que tengamos de él en la oración nos levantará de lo ordinario, para elevarnos a la bienaventuranza de la vida en el Espíritu.

Jesús desea que lo conozcamos, para que tengamos una relación de íntima confianza y amor con él. Todo lo que nos pide es que le supliquemos humildemente: “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” (véase Marcos 9, 24). Si le decimos honestamente a Cristo que creemos en él y le pedimos que se nos revele más claramente, podremos experimentar el poder de su amor y su presencia de un modo palpable. Este es el corazón del cristianismo.
“Amado Señor Jesús, concédenos la gracia de ser constructores prudentes de tu Reino, bien arraigados y cimentados en tu amor, para que sepamos resistir cualquier tormenta, sabiendo que tú estás siempre con nosotros.”
2 Reyes 24, 8-17
Salmo 79(78), 1-5. 8-9
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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