viernes, 16 de julio de 2021

COMPRENDIENDO LA PALABRA 160721


Observar el sábado

En un principio debemos usar nuestras energías practicando buenas obras para, seguidamente, reposar en la paz de nuestra conciencia… Es la celebración gozosa de un primer sábado en el que reposamos de las obras serviles del mundo… y en el que ya no transportamos el peso de las pasiones.

Pero se puede abandonar la celda íntima donde se celebra este primer sábado y reencontrar la posada del corazón, allí donde hay costumbre de “alegrarse con los que gozan, llorar con los que loran (Rm 12,15), “ser débil con los débiles, arder con los que se escandalizan” (2C 11,29). Allí el alma se sentirá unida a la de todos los hermanos por el cemento de la caridad; allí no se es turbado por el aguijón de la envidia, quemado por el fuego de la cólera, herido por las flechas de la sospecha; allí se nos libera de las mordeduras devoradoras de la tristeza. Si se atrae a todos los hombres en el jirón pacificado de su espíritu, donde todos se sienten abrazados, ardientes por un dulce afecto y donde no forma con ellos más que “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), entonces, saboreando esta maravillosa dulzura, enseguida el tumulto de las codicias se acalla, el alboroto de las pasiones se pacifica, y en el interior se produce un total desprendimiento de todas las cosas nocivas, un reposo gozoso y pacífico en la dulzura del amor fraterno. En la quietud de este segundo sábado, la caridad fraterna no deja ya que subsista ningún vicio… Impregnado de la pacífica dulzura de este sábado, David estalló en un cántico de júbilo: “Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos” (Sl 132,1).



San Elredo de Rieval (1110-1167)
monje cisterciense
El Espejo de la caridad, III, 3,4

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