sábado, 15 de enero de 2022

COMPRENDIENDO LA PALABRA 150122


“El hombre se levantó y lo siguió”

Este desdichado publicano sentado en el mostrador de impuestos, estaba en peor situación que el paralítico del cual os hablé el otro día, el que yacía en su camilla (Mc 2,1s). Éste sufría parálisis en su cuerpo, aquel en su alma. El primero tenía deformados todos sus miembros; el segundo, era el conjunto de su persona que estaba a la desbandada. El primero yacía, prisionero de su carne; el otro estaba sentado, cautivo de alma y cuerpo. Era a pesar suyo que el paralítico sucumbía a causa de sus sufrimientos; el publicano, muy a su gusto estaba esclavo del mal y del pecado. Este último, que a sus propios ojos se tenía por inocente, estaba acusado de avaricia por los demás; el primero, en sus heridas, se sabía pecador. El uno acumulaba ganancia sobre ganancia efecto de sus pecados; el otro escondía sus pecados con el gemido de sus dolores. Es por ello que eran justas las palabras dirigidas al paralítico: “Ánimo, hijo, tus pecados quedan perdonados”, porque con sus sufrimientos quedaban compensadas sus faltas. Pero el publicano, escuchó estas palabras: “Sígueme. “, es decir: “Tú que te has perdido siguiendo al dinero, siguiéndome repararás tu pecado”.

Alguno dirá: ¿por qué el publicano, pareciendo más culpable, recibe un don más elevado? Él llega enseguida a ser apóstol... Él mismo ha recibido el perdón, y concede a los demás la remisión de sus pecados; ilumina la tierra entera con el esplendor de la predicación del Evangelio. En cambio el paralítico apenas es juzgado digno de recibir tan sólo el perdón. ¿Quieres saber por qué el publicano obtuvo más gracias? Es porque, según la palabra del apóstol Pablo: “Donde se ha multiplicado el pecado, la gracia ha sido más abundante” (Rm 5,20).



San Pedro Crisólogo (c. 406-450)
obispo de Ravenna, doctor de la Iglesia
Sermón 30; CCL 24, 173; PL 52, 284

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