martes, 22 de agosto de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 19,23-30


Evangelio según San Mateo 19,23-30
Jesús dijo entonces a sus discípulos: "Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos.

Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos".

Los discípulos quedaron muy sorprendidos al oír esto y dijeron: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".

Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres esto es imposible, pero para Dios todo es posible".

Pedro, tomando la palabra, dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?".

Jesús les respondió: "Les aseguro que en la regeneración del mundo, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, ustedes, que me han seguido, también se sentarán en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.

Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.

Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros.


RESONAR DE LA PALABRA


Santa María Virgen, Reina

En este reino sin reyes ni duques ni condes ni jerarquías que es el Reino de Dios (un solo padre y todos como hermanos en torno a la mesa), suena un poco extraño la celebración de una fiesta donde se declara a María como reina. La fiesta queda un poco fuera de lugar en el mundo actual donde las monarquías son más bien la excepción y lo más común es que las naciones hayan adoptado la forma de la república para gobernarse. Y eso sin entrar en la realidad de que en prácticamente todas las monarquías, los reyes y reinas son tales pero no gobiernan. Su papel es meramente simbólico de la unidad del estado. El gobierno está en manos de los representantes del pueblo. Son monarquías parlamentarias.

Digo todo esto porque la declaración de María como reina resulta un poco bastante anacrónica y no terminamos de entender siquiera bien su significado, lo que se quiere decir con este título. Además, el título le sienta mal a la humilde doncella de Nazaret que se mueve por las páginas del Evangelio sin hacer ruido, sin figurar, sin falsas pretensiones.

El relato de la anunciación que nos trae el texto evangélico de hoy ya nos habla de la sencillez y humildad que caracterizó a María. En realidad, todo lo que tiene que ver con Jesús se mueve en esa línea de humildad, pequeñez y sencillez. Está claro que el Reino de Dios no es de este mundo y esta frase, que a la que se pueden dar muchas interpretaciones, significa también que el Reino no se manifiesta en grandeza ni poder, ni en cortes ni títulos nobiliarios. El Reino es diferente. El Reino es para los pobres, los humildes y sencillos. Y ahí sí que podemos poner a María como la primera discípula. Pero decir que es la primera no es porque haya segundos y terceros y cuartos. Es la primera entre los hermanos y hermanas. Porque en el Reino todos estamos al mismo nivel.

Ser la madre de Jesús no le hizo a María darse aires ni importancia. Acompañó a Jesús en sus andanzas por Galilea. Estuvo con él en los momentos difíciles, al pie de la cruz. Y, después de su muerte, acompañó a los discípulos en la oración. Como una más. Ciertamente no es una reina como las de este mundo. Quizá ni siquiera haya que darle títulos, que posiblemente ella nunca deseó. Basta con recordar a María, la madre de Jesús. Y saber que está con nosotros, a nuestro lado. Como está cualquier madre.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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