miércoles, 6 de septiembre de 2023

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 4,38-44


Evangelio según San Lucas 4,38-44
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.

Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.

Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba.

De muchos salían demonios, gritando: "¡Tú eres el Hijo de Dios!". Pero él los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.

Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de ellos.

Pero él les dijo: "También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado".

Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.


 

RESONAR DE LA PALABRA

En casa de Simón y en el mundo entero

Comenzamos hoy a leer la carta de Pablo a los cristianos de Colosas. Refleja un momento de expansión del Evangelio, aunque la realidad de la Iglesia de entonces era bien pequeña, casi insignificante. Y, sin embargo, el autor del texto contempla el esfuerzo de la evangelización con magnanimidad y no poco optimismo: “el mensaje de la verdad se sigue propagando y dando fruto en el mundo entero”. Deberíamos aprender de este optimismo que no se apoya en datos estadísticos o sociológicos. Estos últimos nos invitan más bien al pesimismo, al menos en lo que se refiere al mundo occidental, tradicionalmente cristiano. Sin embargo, podemos adoptar la perspectiva paulina: no los datos cuantitativos, sino los frutos del Espíritu son los que deberían contar. ¿Está dando la Palabra del Evangelio dando fruto entre nosotros? Porque, tal vez, la caída de la fe cristiana tiene que ver con una existencia estéril por parte de los que nos declaramos cristianos. Para que esos frutos empiecen a verse entre nosotros y en el mundo entero, debemos permitir que Jesús entre de verdad en nuestra vida y nos cure de las enfermedades espirituales que nos mantienen postrados. Podemos comprobar que hemos sido curados, como la suegra de Pedro, en nuestra disposición al servicio: si realmente vivimos no para nosotros mismos, sino al servicio de nuestros hermanos. Empezando por la propia casa, como en el caso de Pedro, los frutos del Evangelio se van multiplicando, de modo que las gentes buscan a Jesús y su Palabra se va transmitiendo de casa en casa, de pueblo en pueblo, de nación en nación, y dando fruto “en el mundo entero”.

José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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