Carismas: ¿Qué son? ¿Para quiénes sirven? ¿Qué enseña la Iglesia?
Ralph Martin
Redescubriendo la dimensión carismática:
enseñanza magisterial reciente
El Papa Juan Pablo II afirmó que una de las contribuciones más significativas del Concilio Vaticano II fue el “redescubrimiento” de la “dimensión carismática” de la Iglesia.
Durante la fiesta de Pentecostés, en 1998, el Papa pidió a los representantes de todos los movimientos de renovación de la Iglesia que se unieran a él para celebrar esta fiesta. Acudieron más de 500.000 personas de más de 50 movimientos diferentes. Lo que hizo el Papa fue recoger la enseñanza de la Escritura y del Vaticano II sobre los dones carismáticos del Espíritu y proclamarlos con urgencia y pasión. Comienza así:
“La autoconciencia de la Iglesia (se) basa en la certeza de que Jesucristo está vivo, actúa en el presente y cambia la vida… Recientemente, con el Concilio Vaticano II, el Consolador ha dado a la Iglesia ... un renovado Pentecostés, infundiendo un dinamismo nuevo e imprevisto.
Cuando el Espíritu interviene, deja a la gente estupefacta. Realiza acontecimientos de sorprendente novedad, cambia radicalmente a las personas y a la historia. Ésta fue la inolvidable experiencia del Concilio Ecuménico Vaticano II, durante el cual, bajo la guía del mismo Espíritu, la Iglesia redescubrió la dimensión carismática como uno de sus elementos constitutivos: ‘No es sólo mediante los sacramentos y los ministerios de la Iglesia como el Espíritu Santo santifica al pueblo, lo guía y lo enriquece con sus virtudes. “Repartiendo sus dones según su voluntad (cf. 1 Co 12,11), también distribuye gracias especiales entre los fieles de todo rango… Los hace aptos y listos para asumir diversas tareas y oficios para la renovación y edificación de la Iglesia” (Lumen gentium, n. 12)”.
Con estas palabras, el Papa Juan Pablo II reconoció honestamente lo que muchos teólogos, estudiosos de las Sagradas Escrituras e historiadores de la Iglesia habían demostrado en sus estudios, que las obras carismáticas del Espíritu Santo son una realidad esencial y complementaria a la obra del Espíritu en las dimensiones sacramental y jerárquica de la existencia de la Iglesia. El Papa también reconoció honestamente que la dimensión carismática, por importante que fuera, estaba sin embargo en cierto modo olvidada, o eclipsada por quizás un énfasis demasiado exclusivo en lo sacramental y jerárquico, y que se requirió una acción especial del Espíritu Santo en el Concilio Vaticano II para devolver a la Iglesia a la conciencia de la importancia de esta dimensión “constitutiva”.
El Papa en su discurso continuó explicándolo: “Los aspectos institucionales y carismáticos son coesenciales por así decirlo a la constitución de la Iglesia. Contribuyen, aunque de manera diferente, a la vida, renovación y santificación del Pueblo de Dios. Es a partir de este redescubrimiento providencial de la dimensión carismática de la Iglesia que antes y después del Concilio, se ha establecido un notable modelo de crecimiento para los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades… Ustedes, aquí presentes, son la prueba tangible de esta ‘efusión’ del Espíritu”.
Benedicto XVI, en una de las primeras iniciativas de su pontificado, convocó una reunión similar de los movimientos de la Iglesia en 2006 y reafirmó la enseñanza de Juan Pablo II, citando sus comentarios en esa ocasión. Juan Pablo II, al igual que Benedicto XVI, cita el documento fundacional del Vaticano II, la Constitución sobre la Iglesia, 12 (Lumen gentium) como base para esta enseñanza. El contexto de este texto en particular es significativo. Hubo un debate entre los padres del Concilio sobre si la Iglesia todavía necesitaba la “dimension carismática” y, en particular, los dones carismáticos, hoy, o si estaban destinados solo para la Iglesia primitiva para ayudarla a establecerse. El argumento era que estas operaciones del Espíritu eran necesarias para ayudar a que la Iglesia se pusiera en marcha, pero ahora que teníamos sacramentos y jerarquía ya no eran necesarios. Este argumento no se impuso, ya que no hay ninguna base en las Escrituras para creer que esta importante dimensión sólo sea necesaria por un tiempo. De hecho, las Escrituras dan testimonio de todo lo contrario: los dones carismáticos son un acompañamiento importante para la predicación del Evangelio y la salud de la vida interna de la Iglesia. Los padres conciliares votaron abrumadoramente para afirmar esta verdad y aceptar el texto que cita Juan Pablo II.
Esta afirmación conciliar de la importancia de la dimensión carismática fue una manera de afirmar una visión dinámica de la participación de los laicos en la vida de la Iglesia y está estrechamente vinculada a las importantes afirmaciones del “llamado universal a la santidad” y el “llamado universal a la misión”.
Fundamentos bíblicos
Si bien Juan Pablo II citó el texto del Concilio como base para su enseñanza, el texto mismo del Concilio cita la Biblia como fundamento de su enseñanza. ¿Cuál es la enseñanza bíblica sobre la “dimensión carismática” y los “carismas”? El texto particular que cita el Concilio es 1 Cor. 12:11.
“Pero uno y el mismo Espíritu produce todas estas cosas, distribuyéndolas individualmente a cada uno como él quiere”.
El “todo esto” al que hace referencia este texto se menciona en los versículos anteriores:
“En cuanto a los dones espirituales (carismas), no quiero que ignoréis, hermanos... A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para algún beneficio. A uno se le da por medio del Espíritu la expresión de la sabiduría; a otro, la expresión del conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, la fe por el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidades por un solo Espíritu; a otro, milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, interpretación de lenguas.” (1 Cor. 12: 1, 7-10)
Pero esta no es la única lista de carismas que encontramos en el Nuevo Testamento. También hay listas en Romanos 12, 1 Pedro 4 y Efesios 4. Solo tenemos espacio para ver una de estas listas adicionales y será la de Romanos 12.
“Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo e individuamente miembros los unos de los otros. Teniendo dones que difieren, según la gracia que nos es dada, ejercítémoslos: si el de profecía, en proporción a la fe; si el de ministerio, en ministrar; si el de maestro, en enseñar; si el de exhortación, en exhortar; Si alguno colabora, con generosidad; si uno está al servicio de los demás, con diligencia; si uno hace obras de misericordia, con alegría. Que el amor sea sincero; aborrezcan lo malo, aférrense a lo bueno; ámense unos a otros con afecto mutuo; presérvense unos a otros en el honor. No desfallezcan en el celo, sean fervientes en espíritu, sirvan al Señor. Alégrense en la esperanza, sufran en la tribulación, perseveren en la oración. Contribuyan a las necesidades de los santos, practiquen la hospitalidad” (Rm 12: 4-13)
En este texto, como en el texto de 1 Cor. 12, el contexto para la explicación de los carismas es entender a la Iglesia como un “cuerpo” con diferentes miembros, todos desempeñando
papeles diferentes, todos esenciales para el bienestar general del cuerpo. A veces se afirma que Pablo dice claramente que el amor es más importante que los carismas, y eso es ciertamente cierto. El hermoso himno al amor en 1 Cor. 13 está intercalado entre 2 capítulos que contienen enseñanzas importantes sobre los carismas. Pero Pablo no está presentando un “enfoque de cafeteria para el cristianismo”. No está oponiendo los carismas y la caridad entre sí. De hecho, él ve la aceptación y el ejercicio de los dones espirituales como, precisamente, un manera importante de amar. Resume su enseñanza de esta manera: “Seguid el amor, pero esforzaos por alcanzar los dones espirituales, sobre todo que profeticéis” (1 Cor. 14: 1). No se trata de una cosa o la otra, sino de ambas. El amor es ciertamente primordial –más importante que los carismas, si se quiere–, pero los carismas son dados por el Espíritu para ayudarnos a amar y server en formas específicas que son importantes para el bienestar de la Iglesia. El consejo de Pablo es “hacer del amor nuestra meta” y perseguir con entusiasmo los dones espirituales. Vemos la misma armonía entre el amor, la santidad y el ejercicio fiel de los carismas en el pasaje de Romanos citado anteriormente. Los carismas no son dones aislados, sino que están entretejidos con la vida de amor, servicio y misión que caracteriza la naturaleza misma de la Iglesia. Por eso Juan Pablo II llama a la dimensión carismática y a la dimensión institucional “coesenciales” para la constitución de la Iglesia. No son ni los sacramentos y la jerarquía ni los carismas; son ambos. Ambos son esenciales para el funcionamiento saludable de la vida de la Iglesia y cuando estos elementos no están en una relación correcta entre sí, la Iglesia se debilita. El Catecismo de la Iglesia Católica refleja la enseñanza bíblica, conciliar y papal en sus numerosas menciones de los carismas.
“Los carismas, extraordinarios o sencillos y humildes, son gracias del Espíritu Santo que, directa o indirectamente, benefician a la Iglesia, ordenadas a su edificación, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.” (CIC 799)
“Los carismas deben ser acogidos con gratitud por quien los recibe y también por todos los miembros de la Iglesia. Son una gracia maravillosamente rica para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo, con tal que sean realmente auténticos dones del Espíritu Santo y se utilicen en plena conformidad con las mociones auténticas de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera medida de todos los carismas.” (CIC 800)
¿Qué son los carismas?
Antes de continuar, debemos entender mejor qué son los carismas.
Los carismas no son simplemente “habilidades naturales”, sino dones que el Espíritu distribuye a cada persona como Él quiere. Los carismas a menudo se basan en nuestras personalidades y habilidades naturales y trabajan con ellas, pero no siempre.
Este es claramente el caso de los dones “sobrenaturales” más obvios, como la curación o los milagros. Cuando alguien que ha recibido el carisma de la curación reza con personas que están enfermas, muchas más personas se curan que cuando las personas sin ese don particular rezan por los enfermos. Todos deberíamos rezar por los enfermos, pero algunos que rezan por los enfermos tienen un don especial de curación que actúa a través de ellos. La acción del Espíritu Santo también está presente en los carismas sobrenaturales menos obvios. Estamos agradecidos por todos nuestros predicadores y maestros, pero algunos parecen tener un “don” especial que no es sólo fruto de la elocuencia humana o del estudio diligente, sino que trae consigo un sentido de la presencia de Dios y tiene una capacidad particular para ayudarnos a reconocer que el Señor está presente y nos habla en la predicación o la enseñanza. A veces llamamos a este ejercicio de la Palabra “ungido”. El carisma de la “profecía” en el sentido amplio o el carisma de la enseñanza está entonces en acción. La profecía en este sentido no se trata de predicciones particulares, aunque esto también puede suceder ocasionalmente. Se trata más bien de hablar de la Palabra de Dios inspirada por el Espíritu que hace que el corazón de los oyentes “arda” de manera similar a lo que experimentaron los discípulos en el camino a Emaús cuando Jesús les explicó las Escrituras.
Lo mismo es cierto con el don de aliento o exhortación. Estamos agradecidos por las “personalidades positivas” que elevan las relaciones, pero hay ciertas personas que parecen tener un don particular para decir la palabra correcta en el momento correcto, palabras de aliento, que nos elevan de una manera especial, para que podamos experimentar la impartición de gracia, paz o esperanza que necesitamos.
Lo mismo es cierto con el don de “dar generosamente”. Estamos agradecidos por todos aquellos que dan generosamente para apoyar el trabajo de la Iglesia y sus ministerios – y todos deberíamos estar haciendo esto – pero hay ciertos entre nosotros a quienes Dios ha dotado para poder ganar dinero y poder discernir qué, dónde, cuándo y a quién darlo, de una manera que es verdaderamente notable. Algunos tienen un “don/carisma” de dar generosamente, la cantidad correcta en el momento correcto al destinatario correcto. También parece claro en las Escrituras que a cada miembro del cuerpo se le da algún carisma o carismas, que cada miembro del cuerpo tiene un llamado o vocación, para usar los dones que se le dan para construir el cuerpo y ayudar a llevar a cabo la misión de la iglesia. También parece claro que ninguna de las listas bíblicas de carismas que hemos citado pretende ser exhaustiva en la lista de los posibles carismas. Son más bien indicativas de la rica diversidad de dones que da el Espíritu Santo, de los cuales no todos están enumerados o tal vez nunca podrían estarlo.
Se ha prestado mucha atención al llamado a los laicos a participar “plena, activa y conscientemente” en la Liturgia, pero también se debe prestar atención a la necesidad de que los laicos reconozcan el don o los dones que les está dando el Espíritu y que tienen la responsabilidad de ejercer, en amor, por el bien de la Iglesia. Testimonio de la Tradición
La enseñanza del magisterio contemporáneo no sólo está respaldada por la clara enseñanza bíblica, sino que también está iluminada por la tradición primitiva de la Iglesia. Se ha realizado una gran cantidad de estudios útiles que iluminan la experiencia del Espíritu y los carismas en los primeros siglos de la Iglesia.
[i]
Tertuliano, en su obra Sobre el bautismo, escrita a principios del siglo III, se dirige a los recién bautizados que están a punto de entrar en el espacio donde todos celebrarán la Eucaristía:
“Por tanto, vosotros, bienaventurados, a quienes espera la gracia de Dios, cuando salgáis del baño santísimo del nuevo nacimiento, cuando extendáis por primera vez vuestras manos en la casa de vuestra madre (la iglesia) con vuestros hermanos, pedid a vuestro Padre, pedid a vuestro Señor, el don especial de su herencia, la distribución de los carismas, que forman una característica adicional y subyacente (del bautismo). “Pedid, dice, y se os dará. De hecho, habéis buscado y se os ha dado por añadidura”.
Hilario de Poitiers (c. 315-367) escribe sobre la experiencia de los carismas:
“Comenzamos a tener una visión de los misterios de la fe, somos capaces de profetizar y hablar con sabiduría. Nos volvemos firmes en la esperanza y recibimos los dones de curación... Estos dones entran en nosotros como una suave lluvia. Poco a poco dan fruto abundante”.
Cirilo de Jerusalén (c. 315-387) también habla de los carismas en sus lecciones bautismales:
“Grande, omnipotente y admirable es el Espíritu Santo en los carismas”.
Señala que “todos los laicos” tienen carismas.
Tras la exhortación de San Pablo a procurar especialmente profetizar, Cirilo declara:
“Que cada uno se prepare para recibir el don celestial (de profecía)”, y “Dios os conceda que seáis dignos del carisma de la profecía”.
Juan Crisóstomo (c. 347-407), al comentar sobre la liturgia siria en Antioquía, señala que los carismas se manifestaban en relación con la liturgia bautismal y menciona específicamente la sabiduría, la sanación, el hablar en lenguas, la profecía y otras “obras maravillosas”. Incluso señala que “en cada iglesia había muchos que profetizaban”. Montague y McDonnell resumen su investigación con un resumen sorprendente.
“Así, desde Cartago en el norte de África, Poitiers en la Galia, Jerusalén en Palestina, desde Cesarea en Capadocia, desde Constantinopla y desde Antioquía, Apamea, Mabbug y Ciro en Siria, tenemos testigos de la recepción de los carismas dentro del rito de iniciación. Estos son representantes de las tradiciones litúrgicas latinas, griegas y sirias. De Antioquía, Apamea, Mabbug y Ciro en Siria tenemos testimonio de una posterior apropiación experiencial de las gracias del bautismo conferido en la infancia”.
[ii]
Sin embargo, Crisóstomo, escribiendo en el siglo V, hace la observación aleccionadora de que “los carismas desaparecieron hace mucho tiempo... La iglesia actual es como una mujer que ha caído de sus prósperos días anteriores. En muchos aspectos, ella conserva sólo las muestras de esa antigua prosperidad”.
[iii]
¿Por qué, hacia el siglo V, al menos en grandes partes de la Iglesia, la iglesia sólo conservaba “muestras” de su prosperidad carismática anterior? ¿Fue porque la persecución había cesado y se esperaba que todos fueran cristianos? ¿Se rebajaron los estándares para admitir a nuevos cristianos? ¿Ya no se llevaba a cabo la preparación con cuidado? ¿Los herejes montanistas dieron mala fama a los carismas?
La herejía montanista ilustra la sabiduría de las Escrituras y la enseñanza de la iglesia sobre la importancia de que los carismas estén sujetos al discernimiento de la autoridad pastoral, no para extinguir el Espíritu sino para probarlo, aferrándose a lo que es sano. (1 Tes 5:19-21)
“Es en este sentido que el discernimiento de los carismas es siempre necesario. Ningún carisma está exento de ser referido y sometido a los pastores de la Iglesia... de modo que todos los carismas diversos y complementarios trabajen juntos ‘para el bien común’”. (CIC 801)
Cualesquiera que sean las razones que llevaron a la decadencia a medida que avanzaba la vida de la Iglesia, los carismas se asociaron principalmente con las vidas de personas especialmente santas, los santos, y los carismas se ven regularmente en las vidas de los santos a lo largo de los siglos.
Mientras Juan Pablo II, y ahora Benedicto XVI, continúan liderando la interpretación e implementación adecuadas del Vaticano II, ambos han enfatizado la importancia de redescubrir el llamado universal a la santidad y el llamado universal a la evangelización.
El “redescubrimiento” de la dimensión carismática de la Iglesia se desarrolla en este contexto.
Juan Pablo II en particular nunca se cansó de decir que la santidad es para todos, y que la evangelización es para todos. No es sólo para personas especiales –santos o misioneros–, sino que todos estamos llamados a ser santos y misioneros.
[iv]
Este es el redescubrimiento de una verdad bíblica y tradicional que verdaderamente tiene el potencial de traer una extraordinaria “nueva primavera” a una Iglesia que la necesita desesperadamente.
Juan Pablo II deja claro que es muy importante que este notable “redescubrimiento” de la dimensión carismática de la constitución de la Iglesia sea respondido con atención y gratitud
Él sigue gritando desde la casa del Padre: “Hoy quisiera gritar a todos ustedes reunidos aquí en la Plaza de San Pedro y a todos los cristianos: ¡Abrios dócilmente a los dones del Espíritu! ¡Acoged con gratitud y obediencia los carismas que el Espíritu no cesa de concedernos!”
[v]
Que así sea
[i] El padre George Montague y el padre Killian
McDonnell han escrito una obra importante que traza la experiencia bíblica e histórica
del Espíritu en relación con los sacramentos de la iniciación cristiana. Su
obra principal es: Christian Initiation and Baptism in the Holy Spirit
(Collegeville: The Liturgical Press, A Michael Glazier Book, 1991). Han escrito
un resumen mucho más breve y popular de su trabajo del que se han extraído las
citas de este artículo: Fanning the Flame: What does Baptism in the Holy Spirit
Have to Do with Christian Initiation? (Collegeville: The Liturgical Press,
1991).
[ii]
Avivando la llama, págs. 20-21.
[iii]
Todas las citas se han tomado de
las referencias originales contenidas en las págs. 16-18 de Avivando la llama.
[iv]
“El llamado universal a la
santidad está estrechamente vinculado al llamado universal a la misión. Cada
miembro de los fieles está llamado a la santidad y a la misión”. Juan Pablo II,
Redemptoris Missio, 1990. VIII, 90.
[v] (L’Observatore
Romano, English Language Edition, June 3, 1998; This is the day the Lord has
made! Holy Father holds historic meeting with ecclesial movements and new
communities; pp. 1-2.)
Traducción del original publicado en https://www.renewalministries.net/wp-content/uploads/2020/04/Charisms-What-are-they-Who-are-they-for-What-does-the-Church-teach.pdf
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