martes, 17 de julio de 2018

Meditación: Mateo 11, 20-24

Las ciudades de Tiro y Sidón, situadas en la costa oriental del Mar Mediterráneo, en territorio del actual Líbano, fueron ejemplos de ciudades hundidas en el paganismo.

Sodoma era tan perversa que su nombre sigue usándose hoy para describir actos aberrantes y desnaturalizados. Haciendo una comparación entre Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm y aquellas malvadas ciudades, Jesús demostraba lo mucho que habían endurecido el corazón los habitantes de dichos lugares. En efecto, a pesar de los milagros que él había realizado allí, la gente no quería cambiar de conducta. Jesús comentó que hasta Sodoma, Tiro y Sidón se habrían arrepentido si hubieran visto los prodigios que él había realizado en los pueblos de Israel.

Examinémonos pues nosotros mismos, no sea que también hayamos endurecido el corazón como los habitantes de aquellas ciudades y estemos resistiendo a Dios, o lo que él quiere hacer en nosotros.


Probablemente escuchamos la predicación de la Palabra de Dios y leemos la Biblia, pero ¿nos arrepentimos de verdad de nuestros pecados y le pedimos perdón a Dios, o no le damos importancia a tales faltas?

Quizás haya aspectos en nuestra vida que son insensibles al pecado. Por ejemplo, a menudo oímos de las desventuras de los pobres y los que pasan hambre en tierras lejanas, o incluso en nuestras ciudades. Quizás sintamos lástima, pero pensamos que lo que tenemos no nos alcanza para dar a los necesitados. Sin embargo, muchas veces gastamos en cosas innecesarias y desperdiciamos los alimentos que nos sobran.

En cuanto a las relaciones familiares, ¿acaso no somos reacios a hablar de cosas que hacen peligrar la frágil paz que existe? Muchos padres tienen miedo de enterarse de la verdadera condición de sus hijos porque temen los conflictos que puedan producirse si deciden hacer algo al respecto. El hecho de que sus hijos estén separados de Dios les parece a los padres menos importante que el éxito que aquéllos puedan alcanzar en el mundo.

Hay muchos aspectos de nuestra vida que necesitan curación y Dios nos llama, pero ¿le estamos respondiendo afirmativamente?
“Padre Santo, nos arrodillamos ante ti conscientes de que somos pecadores. Pero también sabemos que tu misericordia es mayor que nuestro pecado. Acepta, Señor, nuestro arrepentimiento y ablanda nuestro corazón para que nos demos cuenta de lo maravillosa que es la salvación que tu Hijo ganó para nosotros.”
Isaías 7, 1-9
Salmo 48(47), 2-8
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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