sábado, 25 de enero de 2020

CONVERTIRSE ES ENTREGARLO TODO

Con razón, hermanos queridos, la conversión del «maestro de las naciones» (1Tm 2,7) es una fiesta que todos los pueblos celebran hoy con alegría. En efecto son numerosos los retoños que surgieron de esta raíz; una vez convertido, Pablo se hizo instrumento de la conversión para el mundo entero. En otro tiempo, cuando todavía vivía en la carne pero no según la carne (cf. Rm 8,5s), convirtió a muchos por su predicación; todavía hoy, mientras vive en Dios una vida más feliz, no deja de trabajar en la conversión de los hombres por su ejemplo, su oración y su doctrina.

Esta fiesta es una gran fuente de bienes para los que la celebran. ¿Cómo desesperar, cualquiera que tenga muchas faltas, cuando oye que «Pablo, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor» se convirtió repentinamente en «un instrumento de elección»? (Hch 9,1.15) ¿Qué podría decir, bajo el peso de su pecado: «no puedo levantarme para llevar una vida mejor», mientras que, sobre el mismo camino donde le conducía su corazón sediento de odio, el perseguidor encarnizado se convirtió súbitamente en un predicador fiel?. Esta sola conversión nos muestra en un día la grandeza de la misericordia de Dios y el poder de su gracia.

He aquí, hermanos, un modelo perfecto de conversión: «mi corazón está listo, Señor, mi corazón está listo... ¿Qué quieres que haga?» (Sal 56,8; Hch 9,6). Palabra breve, pero plena, viva, eficaz y digna de ser escuchada. Se encuentra poca gente en esta disposición de obediencia perfecta, que haya renunciado a su voluntad hasta tal punto que su mismo corazón no les pertenezca más. Se encuentra poca gente que a cada instante busque lo que Dios quiere y no lo que ellos quieren y que le dicen sin cesar: «¿Señor, qué quieres que haga?».

San Bernardo
Convertirse es entregarlo todo
Sermón para la fiesta de la conversión de san Pablo, 1, 6: PL 183, 359

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