viernes, 24 de enero de 2020

Llamados al discipulado


Jesús subió al monte, llamó a los que él quiso. (Marcos 3, 13)

Leyendo el Evangelio, vemos que aquellos que el Señor escogió como colaboradores no parecían ser el grupo más idóneo para empezar su ministerio: unos lo negaron, otros dudaron de él o lo traicionaron y no lo comprendieron. Con todo, la Escritura dice que Jesús “llamó a los que él quiso” y eligió de entre ellos a doce para que fueran sus discípulos y apóstoles, lo acompañaran y más tarde salieran a anunciar el mensaje de la salvación.

Los nuevos apóstoles no entendieron inmediatamente las razones por las cuales el Señor había decidido llamarlos a ellos y no a otros, pero él les dio instrucciones y reiterados ejemplos durante su apostolado terrenal; con todo, ellos siguieron sin comprender hasta que recibieron el Espíritu Santo, en el día de Pentecostés.

Esto que les sucedió a los Doce Apóstoles nos sucede también a los creyentes de hoy. Jesús nos llama a cada uno para que lo acompañemos y nos envía tal como los envió a ellos. El llamado no es para unos pocos escogidos, sino para todos. Si usted se siente reacio a hacerse seguidor del Señor porque no logra comprender el llamado o no se siente apto para realizar la misión, lo mismo les sucedió a los apóstoles. Efectivamente, hace falta tiempo, trabajo y la gracia de Dios, pero ellos, con una sola excepción, permanecieron fieles a Cristo.

Dios no quiere que nos desalentemos ni que nos sintamos culpables por las debilidades o las imperfecciones que tengamos. Todavía somos peregrinos en la tierra, una obra no acabada. Esto significa que, si somos diligentes, Dios nos dará todo lo necesario para salir adelante, como lo hizo con los Doce. Jesús no quiere que seamos meros “observadores” de su ministerio, sino que desempeñemos una función vital en su trabajo.

Es importante acompañar a Jesús en la oración y en la Misa, pero también es importante salir a construir el Reino llevando el mensaje de la salvación y ayudando a los necesitados. Aceptemos pues el llamado a ser seguidores de Cristo y permitamos que su gracia nos transforme, para que lleguemos a ser una bendición para los demás, como Dios quiere que seamos.
“Padre eterno, te ruego que me concedas la fortaleza del Espíritu Santo y la gracia de ser un buen discípulo.”
1 Samuel 24, 3-21
Salmo 57 (56), 2-4. 6. 11

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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