viernes, 30 de octubre de 2020

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 14,1-6


Evangelio según San Lucas 14,1-6
Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.

Delante de él había un hombre enfermo de hidropesía.

Jesús preguntó a los doctores de la Ley y a los fariseos: "¿Está permitido curar en sábado o no?".

Pero ellos guardaron silencio. Entonces Jesús tomó de la mano al enfermo, lo curó y lo despidió.

Y volviéndose hacia ellos, les dijo: "Si a alguno de ustedes se le cae en un pozo su hijo o su buey, ¿acaso no lo saca en seguida, aunque sea sábado?".

A esto no pudieron responder nada.


RESONAR DE LA PALABRA


Queridos amigos y amigas:

Me gusta pensar que los que leen estos sencillos comentarios al Evangelio de cada día son gente llena de buena voluntad, gente buena en el mejor sentido de la palabra. Y que tienen poco que ver con aquellos fariseos que espiaban a Jesús y que ponían todos sus esfuerzos en intentar pillarle en una falta. 

Por eso, ahora y muchas veces, hago mía la primera lectura de Pablo, el comienzo de la carta a los Filipenses, que es sobre todo una acción de gracias. Pablo da gracias a Dios por los destinatarios de la carta. Los conoce. Por eso la acción de gracias y la alegría cada vez que se acuerda de ellos. Ve en esa comunidad el germen de la presencia del Reino y está convencido de que Dios que ha sembrado esa semilla la llevará a su plenitud. Siente y sabe que comparte con ellos la misma fe y la misma esperanza en Cristo Jesús. Los quiere y ora por ellos para que su amor siga creciendo cada vez más. Hasta llegar a su plenitud como comunidad y como personas. 

Repito que estoy seguro de que los lectores de estos comentarios están hechos de la misma esencia que aquella comunidad cristiana de Tesalónica. Llenos de buena voluntad. Habiendo recibido la semilla del amor de Dios, a través de su Palabra, tantas veces leída y orada. 

A veces nos fijamos sobre todo en los defectos, en las faltas, en lo que nos rompe por dentro, en lo que quiebra nuestras relaciones. Y se nos puede olvidar lo mejor que tenemos: el amor de Dios recibido gratuitamente, la fuerza que sentimos cuando, en comunidad, compartimos el pan y el vino en la Eucaristía. Por eso, tenemos que dar muchas gracias a Dios por lo recibido en los hermanos y en nosotros. 

Probablemente, ése sea el mejor camino para no caer en esa actitud tan fea de los fariseos con Jesús, que trataban de pillarle en falta para condenarlo definitivamente. Cuando miramos a los demás como dones de Dios, nos alegramos con sus alegrías, con sus éxitos, con las cosas buenas que les pasan. Damos gracias a Dios por ellos. Y lloramos con sus penas como si fuesen nuestras. Eso es la fraternidad del Reino.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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