domingo, 20 de diciembre de 2020

Reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin

«El Señor Dios le dará el trono de David, su padre,
reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin»


«El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen, desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María». Lo que se dice de la casa de David, no se refiere solamente a José, sino también a María. Porque la Ley prescribía que cada uno debía desposarse con una mujer de su misma tribu y familia, tal como lo atestigua el apóstol Pablo al escribir a Timoteo: «Haz memoria de Jesucristo, el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David: éste es mi Evangelio» (2Tm 2,8)...

«Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de David su padre». El trono de David designa aquí al poder sobre el pueblo de Israel, que David, en su tiempo, gobernó con un celo lleno de fe... Este pueblo, que David dirigió por su poder temporal, Cristo lo llevará, por una gracia espiritual, hacia el reino eterno...

«Reinará sobre la casa de Jacob para siempre». La casa de Jacob designa a la Iglesia universal que, por la fe y el testimonio dados a Cristo, se une al destino de los patriarcas, ya sea los que descienden de ella según la carne, ya sea a los que nacidos carnalmente de otra nación, han renacido en Cristo por el bautismo en el Espíritu. Es sobre esta casa de Jacob sobre la que reinará eternamente: «y su reino no tendrá fin». Sí, reina sobre ella ahora, en la vida presente, al gobernar el corazón de los elegidos en los que habita, por su fe y su amor hacia él; y los gobierna con su constante protección para que lleguen hasta ellos los dones de la retribución celeste; reina en el futuro cuando, una vez acabado el estado de exilio temporal, les introduce en las estancias de la patria celestial. Y allí se gozan de lo que su presencia visible les recuerda continuamente: que no tienen que hacer otra cosa sino cantar sus alabanzas.

San Beda el Venerable (c. 673-735)
monje benedictino, doctor de la Iglesia
Homilías para el Adviento, nº 3; CCL 122, 14-17

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