martes, 23 de marzo de 2021

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 8,21-30


Evangelio según San Juan 8,21-30
Jesús dijo a los fariseos:

"Yo me voy, y ustedes me buscarán y morirán en su pecado. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir".

Los judíos se preguntaban: "¿Pensará matarse para decir: 'Adonde yo voy, ustedes no pueden ir'?".

Jesús continuó: "Ustedes son de aquí abajo, yo soy de lo alto. Ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo.

Por eso les he dicho: 'Ustedes morirán en sus pecados'. Porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados".

Los judíos le preguntaron: "¿Quién eres tú?". Jesús les respondió: "Esto es precisamente lo que les estoy diciendo desde el comienzo.

De ustedes, tengo mucho que decir, mucho que juzgar. Pero aquel que me envió es veraz, y lo que aprendí de él es lo que digo al mundo".

Ellos no comprendieron que Jesús se refería al Padre.

Después les dijo: "Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy y que no hago nada por mí mismo, sino que digo lo que el Padre me enseñó.

El que me envió está conmigo y no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada".

Mientras hablaba así, muchos creyeron en él.


RESONAR DE LA PALABRA

Elevar la mirada, para salvar la vida

La rebeldía de Israel en el desierto es una constante que llega a sorprendernos. ¿Quería o no quería el pueblo ser liberado de la esclavitud? Es verdad que el camino que llevaba a la libertad implicaba riesgos y sinsabores, pero, ¿quién ha dicho que la liberación es un camino de rosas? Como el pueblo de Israel en el desierto, queremos la libertad y la salvación, pero no estamos dispuestos a pagar ningún precio por ella. La queremos ya y sin esfuerzo. Y por eso, como Israel, tenemos la tentación de corregir los planes de Dios, de dictarle cómo debe liberarnos, sanarnos, salvarnos. Pero apartarse de los designios de Dios tiene funestas consecuencias. No porque Dios nos castigue: a la luz de Cristo comprendemos que no es Dios el que envía castigos, sino que nosotros nos perjudicamos a nosotros mismos y nos encaminamos a la muerte cuando nos apartamos de Él, la fuente de la vida. En este relato de los Números comprendemos que no es Dios el autor de la muerte, sino que, al contrario, es Él el que nos salva de ella, y lo hace encontrando el remedio en la misma enfermedad. La serpiente de bronce es un símbolo profético de la cruz (cf. Jn 3, 14), por la que Dios nos salva de la muerte con la muerte de su Hijo.

También Jesús, como Moisés, tiene que hacer frente a la incomprensión y la oposición de su propio pueblo. “Los judíos” ni entienden sus palabras, ni son capaces de descubrir su identidad. Jesús les acusa de falta de la disposición necesaria: son “de aquí abajo”, carecen, podríamos entender, de la necesaria altura de miras para entender los designios de Dios, que se manifestarán plenamente en la cruz, “cuando levantéis al Hijo del hombre”. Pero esos “judíos” no se distinguen tanto de nosotros, en realidad nos representan a todos. Igual que es duro y arriesgado caminar por el desierto hacia la libertad, tampoco es fácil entender y aceptar este mesianismo de cruz que nos propone Jesús: para alcanzar la vida, hay que entregar la vida, para vencer a la muerte hay que pasar por ella. No hablamos sólo de la muerte biológica, sino de esa muerte cotidiana que supone la entrega por amor. También a nosotros nos falta el valor para afrontar los riesgos que llevan a la tierra prometida, también nosotros estamos poco dispuestos a pagar el precio de la verdadera libertad, también a nosotros nos cuesta entender el mesianismo de cruz, que nos llama a dar la vida para alcanzar la Vida. También a nosotros nos falta la altura de miras para ver en el alzado en la cruz al Hijo de Dios, y nos asalta la tentación de enmendarle la plana a Dios.

Pero Dios no desespera y conduce a su pueblo hasta la Tierra prometida, y Jesús, sin ceder a las presiones y chantajes de sus interlocutores, continúa exponiendo con coherencia las verdades difíciles que nos salvan, llamándonos a elevar la mirada, confiando en que, pese a nuestras resistencias, como muchos de los que le escuchaban, acabaremos creyendo en él.

Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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