miércoles, 28 de febrero de 2024

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 20,17-28


Evangelio según San Mateo 20,17-28
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo:

"Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte

y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará".

Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo.

"¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda".

"No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?". "Podemos", le respondieron.

"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".

Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos.

Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad.

Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes;

y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo:

como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".


RESONAR DE LA PALABRA

Entre Jesús y los discípulos había mucha distancia. Las palabras de Jesús llegaban a los discípulos materialmente pero tengo dudas de que ellos las comprendieran en todo su significado. Lo mismo se puede decir entre Jesús y nosotros. Oímos el Evangelio. Incluso podemos decir que lo escuchamos con el corazón abierto, pero no sé si lo terminamos de entender.

La prueba de esto que digo está en el relato del encuentro de la madre de los Zebedeos con Jesús. Tanto si fue la madre como los hijos los que tuvieron la gloriosa idea de solicitar los primeros puestos en el Reino, está claro que no habían entendido nada. Pero vamos a pensar que no hay mal que por bien no venga. La intervención de la madre de los Zebedeos le dio la oportunidad a Jesús a retomar uno de sus temas favoritos y dejarlo más claro si es que era posible: en el Reino no hay poder sino servicio.

Para explicarlo Jesús no repara en decir palabras fuertes: “Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen”. Jesús no hace distingos. Así son los reinos de la tierra. Pero su reino no es de este mundo. Es diferente. En su reino el servicio a los demás es el valor más importante. El que más sirve es el primero de todos. El que quiera ser el primero se tiene que hacer esclavo de los demás. No voy a repetir lo que ya dije en el comentario de ayer: el término “esclavo” no tiene la misma fuerza hoy que dicho en los tiempos de Jesús, cuando la esclavitud era legal y todo el mundo sabía lo que era un esclavo.

En la familia de Jesús, en el Reino y por lo tanto, en la Iglesia, que debería ser la semilla del Reino en el mundo, nos tenemos que hacer esclavos unos de otros, servidores sin límite de tiempo ni esfuerzos, en favor de todos. Y si es en favor de todos, ha de ser necesaria y prioritariamente en favor de los más pobres, los más alejados, los más excluidos.

El ejemplo lo tenemos en el mismo Jesús, que no vino para que le sirvieran sino para dar su vida en rescate por muchos. El rescate era dinero que se ofrecía para conseguir la libertad de los rehenes o prisioneros de guerra. Jesús da la vida para rescatarnos, para devolvernos la libertad, para abrirnos las puertas del Reino, para llevarnos a una nueva manera de vivir: en fraternidad y en servicio mutuo.

Fernando Torres, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA
 

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