viernes, 23 de noviembre de 2018

Meditación: Lucas 19, 45-48

Mi casa será una casa de oración;
pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones.
Lucas 19, 46


En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús en el templo y a mucha gente que se reúne en torno a él para escucharle. Esto sucedió inmediatamente después de que él purificara el templo.

Cuando Jesús entró en el templo de Jerusalén, ese santuario vino a cumplir el propósito para el cual había sido construido: ser el lugar de residencia de Dios, donde el pueblo vendría a escuchar la enseñanza del Señor. Cuando Cristo purificó el templo expulsando a los mercaderes que compraban y vendían allí sus mercancías, juntó dos grandes tradiciones referentes al templo.

En la primera, Isaías recontaba una visión y una promesa de que llegaría el día en que todas las naciones buscarían a Dios y todos guardarían el día de reposo. En ese día, se cumpliría el propósito que siempre tuvo el templo: ser “una casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56, 7).

Esta visión contrasta con la segunda tradición, que se refleja en la profecía pronunciada por Jeremías acerca del templo. Cuando este profeta vio la conducta pecaminosa de los que venían a adorar, predicó: “No confíen en esos que los engañan diciendo: ¡Aquí está el templo del Señor, aquí está el templo del Señor!... ¿Acaso piensan que este templo que me está dedicado es una cueva de ladrones?” (Jeremías 7, 4. 11). Para Isaías, la grandeza del templo era evidente, pero Jeremías veía que la gente pecadora podía profanar hasta el lugar sagrado de la presencia de Dios.

Cuando Jesús expulsó a los pecadores del templo, los que permanecieron en el interior eran los fieles de Israel. De éstos, los que siguieron a Jesús junto a los creyentes de origen no judío, llegaron a ser el Israel de Dios, que está llamado a ser edificado “como de piedras vivas, un templo espiritual” (1 Pedro 2, 5). Cuando escuchamos a Jesús, y lo seguimos, todos nos unimos (judíos, gentiles, ricos, pobres, mujeres y hombres) para llegar a ser el Templo sagrado del Señor, que es la Iglesia. Es evidente, pues, que la unidad de todos los pueblos es lo que Dios quiere para su pueblo, pues Cristo murió por todos.
“Dios, Padre nuestro, te pedimos humildemente que cuando nos busques nos encuentres congregados en tu santo templo, como verdadero pueblo de Dios reunido en el excelso Nombre de Jesús.”
Apocalipsis 10, 8-11
Salmo 119(118), 14. 24. 72. 103.111. 131

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

No hay comentarios:

Publicar un comentario