miércoles, 22 de julio de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 220720


¡Dios de mi corazón y mi herencia por la eternidad!

Digan frecuentemente a Dios: “Mi Señor, ¿por qué me ama tanto? ¿Qué ve bueno en mí? ¿Ha olvidado las ofensas que le hice? ¡Ah! Como me ha tratado con tanto amor y en vez de enviarme al infierno me ha colmado de gracias, ¿a quién querría llevar mi amor sino a usted, Bien que es mi bien y todo mi bien?

Mi Dios, Dios totalmente amable, de mis pecados pasados, son las penas que yo le he provocado lo que más me aflige, a usted que es digno de un amor infinito, que no sabe despreciar a un corazón que se arrepiente y humilla (cf. Sal 50,19). ¡Ah! Desde ahora, por esta vida y por la otra, mi corazón sólo aspira a poseerlo, a usted. “¿A quién sino a ti tengo yo en el cielo? Si estoy contigo, no deseo nada en la tierra. Aunque mi corazón y mi carne se consuman, Dios es mi herencia para siempre y la Roca de mi corazón” (Sal 73(72),25-26). Si, es y será para siempre el único Maestro de mi corazón, mi voluntad y mi único tesoro, mi paraíso, mi todo. En una palabra, el Dios de mi corazón y mi herencia para siempre”.

Es necesario afirmar su confianza en Dios. Para eso, recuerde frecuentemente la ternura que tuvo con usted, los bondadosos medios que empleó su misericordia para devolverlo a caminos que había perdido, librarlo de apegos de la tierra y atraerlo a su santo amor.


San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
obispo y doctor de la Iglesia
Conversando con Dios (“Manière de converser avec Dieu”, Le Laurier, 1988), trad. sc©evangelizo.org

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