domingo, 26 de mayo de 2024

La danza de la Santísima Trinidad o Perichoresis

Imagina una danza. Pero no una cualquiera, sino una donde los movimientos de los bailarines se entrelazan con tal armonía que, aunque claramente distintos, parecen uno solo.

Esta es la imagen más utilizada por los Padres Capadocios, allá por el siglo IV, para describir uno de los misterios más profundos del cristianismo: la Santísima Trinidad.
San Basilio de Cesarea
, san Gregorio Nacianceno y san Gregorio de Nisa describían esta relación íntima y eterna como "perichoresis". Se trata de un término que proviene del griego "περιχώρησις" (perikhōrēsis), compuesto por "peri" (alrededor) y "chorein" (contener o moverse), y que evoca una danza circular, donde los tres participantes -Padre, Hijo y Espíritu Santo-, en constante movimiento, mantienen su individualidad mientras se relacionan íntimamente con los demás. Esta antigua metáfora sigue hablando de cómo la diversidad no solo puede coexistir con la unidad, sino que además la enriquece. La perichoresis nos ofrece una visión diferente a este mundo de tantas divisiones y conflictos: la de una comunidad donde las diferencias no son motivo de discordia, sino fuentes de una armonía más profunda. Como en una danza, cada persona en la comunidad tiene un movimiento único que contribuir, y cada uno depende de los demás para crear un conjunto armonioso. Algo que Karl Rahner explicaba muy bien al referirse a la interrelación trinitaria como modelo para la comunión humana. Familias, comunidades y sociedades florecen cuando reconocen y practican esta interdependencia, buscando el bienestar común y apoyándose mutuamente en un espíritu de solidaridad y cuidado mutuo. Y es que nuestras relaciones no son simplemente opcionales, sino esenciales para nuestra existencia y realización. Esta idea de interdependencia y movimiento conjunto puede ser esencial en estos tiempos en los que hemos exacerbado el individualismo. En una sociedad que a menudo premia al autosuficiente y margina al dependiente, la perichoresis nos recuerda que nuestra verdadera fuerza reside en nuestra capacidad de conectar, de moverse al unísono sin perder lo que nos hace únicos. En la práctica, esto se traduce en una ética de empatía y cooperación. Si cada uno de nosotros es una persona distinta en la danza de la comunidad, entonces cada fallo, cada paso en falso de uno, afecta a todo el conjunto. Aprender a moverse juntos, respetando los ritmos y los espacios de cada cual, es fundamental para construir una comunidad más justa y compasiva. Y en ello, podemos encontrar una estética inspiradora. Una idea que alcanzó su máximo desarrollo con las aportaciones de Hans von Balthasar. Para este gran teólogo, la perichoresis no solo es una verdad teológica, sino también una fuente de profunda belleza. Nos invita a ver cómo la armonía y el dinamismo de la vida trinitaria reflejan la más alta forma de belleza, una belleza que no es estática, sino viva y relacional. Es un flujo constante de dar y recibir, un intercambio dinámico que refleja cómo deberíamos vivir en relación con los demás. Este movimiento evita que las relaciones se estanquen o se vuelvan co-dependientes. Para san Juan de la Cruz, la unión con Dios es lo que nos permite participar en esta danza trinitaria de amor. En sus escritos, el místico describe como la oración y la contemplación nos acercan a la relación más íntima y pura con Dios, comparable a los movimientos perfectamente coordinados de una danza. Ahí es donde se descubre el corazón de la santidad: vivir en un amor tan puro y profundo que nos une no solo con Dios, sino también con los demás. La perichoresis nos desafía a mirar más allá de nosotros mismos, a superar el egoísmo que nos aísla y las divisiones que nos separan. Nos llama a vivir en comunión, a sacrificar nuestro propio interés por el bien de los demás, y a amar de manera incondicional. Nos enseña que la santidad no es un ideal lejano, sino una realidad que podemos vivir día a día, en cada interacción y en cada relación. En esta danza eterna, reflejamos el misterio divino en nuestras vidas cotidianas, encontrando en cada gesto de amor y en cada acto de solidaridad una participación en la belleza y la unidad de la Trinidad. Cada paso que damos en armonía con los demás es un eco de ese amor trinitario que nos invita a todos a movernos juntos, en una sinfonía de vida. La invitación está ahí: levantemos la mirada, escuchemos la música trinitaria y unámonos a este baile eterno que nos llama a una vida de amor y unidad.

fuente:
Grupo de Comunicación Loyola SJ

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