La misión del Espíritu Santo
La Tercera Persona de la Santísima Trinidad coopera con el Padre y el Hijo desde el inicio del designio de nuestra salvación hasta su consumación, pero, en los “últimos tiempo” – inaugurados con la Encarnación redentora del Hijo -, el Espíritu se reveló y nos fue dado, fue reconocido y acogido como Persona (cfr. Catecismo, 686).
Por obra del Espíritu, el Hijo de Dios se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen María. El Espíritu lo ungió desde el inicio; por eso, Jesucristo es el Mesías desde el inicio de su humanidad, esto es, desde su propia Encarnación (cf. Lc 1,35). Jesucristo revela el Espíritu con sus enseñanzas, cumpliendo las promesas hecha a los patriarcas (cf. Lc 4, 18ss.) y lo comunica a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los apóstoles, después de su Resurrección (cf. Compendio, 143).
En el día de Pentecostés, el Espíritu fue enviado para permanecer, desde entonces, en la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, vivificándola y guiándola con sus dones y con su presencia. Por eso se dice también que la Iglesia es Templo del Espíritu Santo, y que Él es el alma de la Iglesia.
En el día de Pentecostés, el Espíritu descendió sobre los apóstoles y los primeros discípulos, mostrando, con señales externas, la vivificación de la Iglesia fundada por Cristo. “La misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria” (Compendio, 144). El Paráclito hace entrar el mundo en los “últimos tiempos”, en el tiempo de la Iglesia.
La animación de la Iglesia por el Espíritu Santo garantiza que se profundice, se conserve, siempre vivo y sin pérdida todo lo que Cristo dijo y enseñó en los días en que vivió en la Tierra, hasta su ascensión; más allá de eso, por la celebración-administración de los sacramentos, el Espíritu santifica la Iglesia y los fieles, haciendo que ella continúe siempre llevando las almas hacia Dios.
“La misión del Hijo y del Espíritu Santo son inseparables, porque, en la Trinidad indivisible, el Hijo y el Espíritu son distintos, pero inseparables. Con efecto, desde el principio hasta el fin de los tiempos, cuando Dios envía Su Hijo, envía también su Espíritu, que nos une a Cristo en la fe, a fin de que podamos, como hijos adoptivos, llamar a Dios “Padre” (Romanos 8,15) El Espíritu es invisible, pero nosotros que lo conocemos por medio de su acción, cuando nos revela el Verbo y cuando actúa en la Iglesia” (Compendio, 137)
Miguel de Salis Amaral
opusdei.org
Traducido por: Exequiel Alvarez
fuente: www.cancionnueva.com
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