viernes, 24 de junio de 2016

Meditación: Mateo 8, 5-17

En la disciplina militar, la aplicación correcta de la autoridad y la obediencia es un factor vital. Cada soldado debe actuar de inmediato cuando recibe órdenes, seguro de que el oficial superior ve mucho más clara y completamente la situación.

El centurión que se le acercó a Jesús, que también era hombre de autoridad, entendía bien la valiosa dimensión de confianza y obediencia que lleva consigo la autoridad.

Mirando detenidamente a este hombre, vemos que era un jefe muy compasivo, que se sentía sinceramente dolido por la enfermedad de su sirviente, como si este mero esclavo fuera su propio hijo. El centurión quería que su sirviente recuperara la salud mucho más de lo que se preocupaba por sí mismo; incluso estuvo dispuesto a buscar la ayuda del sencillo carpintero judío que algunos decían que podía ser el Mesías esperado: Jesús de Nazaret. La compasión, la humildad y la confianza que tenía se debían a un correcto entendimiento de lo que es la verdadera autoridad. Tan responsable era de los que tenía a su cargo que bien podría ser una especie de ejemplo de la manera en que Dios Padre ejerce su autoridad con nosotros.

La autoridad de Dios, como la de este centurión, está basada en el amor. Su protección sobrepasa con creces los límites de nuestros propios deseos, y él quiere hacernos experimentar su protección y la seguridad de su amor. En realidad, el Señor anhela que acudamos a él en cualquier momento y escuchemos su voz; quiere conducirnos por sendas que nos lleven a la paz. Si cada día nos entregamos en sus manos, experimentaremos su protección contra todo miedo, su guía que nos libra de la duda y su amor que se derrama en nuestro corazón para sanarnos.

En realidad, cada día tenemos una maravillosa oportunidad de vivir bajo el amparo y la protección del Creador del universo. Dediquemos este día al Señor y pongamos todo pensamiento y acción bajo su autoridad. Durante el día confiemos en que el Espíritu Santo nos hará conocer la voluntad del Padre, y si llegamos a contrariar la voluntad divina, actuemos sin demora para pedirle perdón y regresar al refugio del Padre.

“Padre celestial, te damos infinitas gracias por estar siempre velando por nosotros, y por la tierna autoridad con que nos guías. Tus palabras y tus mandatos nos dan una verdadera libertad y nos mantienen cerca de ti. Ayúdanos, Señor, a confiar en ti cada día más.”

Lamentaciones 2, 2. 10-14. 18-19
Salmo 74(73), 1-7. 20-21
fuente del Comentario Ciudad Redonda

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