En aquel tiempo: Uno de los invitados le dijo: "¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!".Jesús le respondió: "Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente.A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: 'Vengan, todo está preparado'.Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: 'Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes'.El segundo dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes'.Y un tercero respondió: 'Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir'.A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y este, irritado, le dijo: 'Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los paralíticos'.Volvió el sirviente y dijo: 'Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar'.El señor le respondió: 'Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa.Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena'".

Queridos hermanos:
Buena voluntad no le faltaba a la persona que le dijo a Jesús esa frase de dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios. Estaba con Jesús, le escuchaba, cenaba con Él, en fin, un buen tipo. También a nosotros nos sobra la buena voluntad. Estamos hartos de decirle a Cristo que queremos vivir siempre con Él.
En Rusia hay un dicho que suena así: Lo queríamos lo mejor posible y salió como siempre. Cuántas veces hemos hecho buenos propósitos a comienzo de año, al empezar el Adviento o la Cuaresma, al cumplir años, al terminar un retiro o unos ejercicios… Y al final, nada – o muy poco – cambia. Siempre hay algo que se pone en contra nuestra, o mejor dicho, nos dejamos estorbar por muchas cosas, que en realidad no son tan necesarias. Y aparcamos a Cristo a un lado, y vivimos preocupados y ocupados en muchas cosas.
No sabemos cómo acabaría la vida del anónimo seguidor de Jesús que habló en esa comida. Escuchó esa advertencia y quizá pensó que la cosa no iba con él: Yo nunca dejaré al Maestro por nada. O puede ser que estuviera con Él hasta el final, en su camino hasta Jerusalén. Sólo sé que en mi vida hay muchas excusas para no entregarme del todo a Cristo. A mi alrededor, hay mucha gente sencilla que vive con mucha entrega su fe. A pesar del tiempo frío, de la nieve, del hielo, de la oscuridad… Su ejemplo me anima a seguir hacia adelante, con esperanza. Porque yo también, como el anónimo protagonista del relato, quiero estar en el banquete del Reino. Y para eso, hay que esforzarse cada día, como si fuera el primero, y como si fuera el último de nuestra vida. Como si fuera el único. Dios nos ayuda siempre. ¿Lo sientes?
CR
No hay comentarios:
Publicar un comentario