miércoles, 15 de junio de 2016

Meditación: Mateo 6, 1-6. 16-18


En Dios Padre no hay ninguna sombra de tacañería. Una y otra vez, la Escritura demuestra que el Señor es generoso en extremo y probablemente todos sepamos que es capaz de darnos “con abundancia toda clase de bendiciones” (2 Corintios 9, 8), pero ¿creemos que realmente quiere darnos todo lo que necesitamos?

¿Que se deleita prodigando sus bienes con generosidad? Recordemos que envió a su propio Hijo a rescatarnos y jamás se ha visto señal más grande de amor y nobleza que ésta en la historia humana.

Sin embargo, con esta gran prueba del favor de Dios, todos nos inclinamos a pensar que probablemente no veremos ninguna retribución por la fidelidad que aquí tengamos hasta que lleguemos al cielo. Es cierto que allá nos esperan tesoros inimaginables, pero eso no significa que Dios nos está reteniendo sus beneficios ahora. En realidad no le gusta que tengamos la actitud de obedecerle “a regañadientes” con la esperanza de que algún día, al final, tengamos una recompensa. Dios ve todo lo que hacemos, ya sea bueno o malo; todo acto de bondad, oración, ayuno o sacrificios, y ¡se llena de contento!

Pero Jesús se estaba refiriendo a algo mucho más grande que la simple recompensa por las buenas obras; tenía la esperanza de que sus oyentes llegaran a desarrollar una relación viva con su Padre, una relación en la que conocieran la presencia de Dios, escucharan su voz en el corazón y comenzaran a reconocer su mano al ver las bendiciones que nos prodiga.

¿Qué tipo de “premios” podemos esperar? Por ejemplo, una mayor confianza de que estamos haciendo la voluntad de Dios. O un sentido más intenso de visión y dirección en nuestra vida. O tal vez una mayor capacidad para evitar la tentación y perdonar a cuantos nos hayan ofendido. También, cultivar relaciones de mayor confianza e intimidad con los familiares, o recibir respuestas a las oraciones más sentidas del corazón. Las posibilidades no tienen fin y todas provienen del corazón de un Padre cuyos ojos están siempre atentos a sus hijos amados.

Comprométase, pues, hoy a obedecer a Dios, no por temor, sino por gratitud por todo lo que él ya ha hecho por usted y los suyos.

“Padre celestial, quiero complacerte en todo lo que yo piense, diga y haga. Guía mis pasos por tus sendas, Señor, y protégeme de toda tentación.”

2 Reyes 2, 1. 6-14
Salmo 31(30), 20-21. 24

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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