jueves, 24 de noviembre de 2016

Meditación: Lucas 21, 20-28


San Andrés Dung-Lac

Jesús predijo que, al final de los tiempos, habría señales cósmicas y grandes cataclismos que aterrorizarían a muchos, pero la señal más extraordinaria de todas vendría más tarde: “Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad” (Lucas 21, 27).

Lo más probable es que el temor se haya apoderado de los que escuchaban estos sobrecogedores pronósticos de ruina y devastación que les presentaba el Señor; sin embargo, para nosotros los creyentes, el hecho de ver a Cristo Jesús venir en medio de las nubes disipará todo temor e inseguridad, porque sabremos que nuestra redención habrá llegado. ¡Qué extraordinario día será ese! Un día de júbilo y de una profunda gratitud a Dios por su amor y su misericordia.

Y hablando de gratitud, hoy, en los Estados Unidos, se celebra el Día de Acción de Gracias. Por eso, la Iglesia en este país utiliza el Evangelio de los diez leprosos que Jesús sanó, uno de los cuales regresó para darle gracias al Señor (Lucas 17, 11-19).

Es frecuente que nos olvidemos de darle gracias a Dios por los muchos beneficios recibidos; no nos cuesta nada pedir, pero sí agradecer y a veces los beneficios que recibimos nos parecen tan naturales que no se nos ocurre darle gracias a Dios.

Por eso hoy haremos un esfuerzo especial para expresarle al Señor nuestra gratitud por las maravillas de la naturaleza que podemos utilizar y admirar; también por los prodigios del cuerpo humano que él nos ha dado. Por la familia en la que nacimos y la educación que recibimos.

Cada cual puede darle gracias al Señor por los favores recibidos: un nuevo trabajo, una curación física, un cambio de circunstancias, el regreso de un ser querido, una sentencia favorable en un juicio. Pero también hemos de darle gracias al Señor por las dificultades y las situaciones difíciles que nos toca pasar, porque de esa manera se fortalecen la fe y la paciencia.

Pero antes que nada debemos darle gracias al Señor por la salvación que él nos ha merecido, el mayor tesoro que podemos tener en esta vida y por la posibilidad de seguir más tarde hacia la gloria del cielo.
“Amado Jesús, no permitas que nunca deje yo de reconocer tu amor y tu misericordia. Llena mi corazón de agradecimiento y líbrame del orgullo y la ingratitud. Ayúdame, Señor, a darte las gracias en toda circunstancia.”
Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9
Salmo 100(99), 1-5

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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