viernes, 22 de diciembre de 2017

Meditación: Lucas 1, 46-56

Al aproximarse la Navidad, muchos de nosotros estamos ajetreados adornando el arbolito e instalando el nacimiento, envolviendo regalos, escribiendo tarjetas y llenando calcetas con cosas buenas.

Queremos sorprender y deleitar a nuestros seres queridos, para que sepan que los amamos, los apreciamos, que pensamos constantemente en ellos y que haremos todo lo que sea necesario para bendecirlos.

Y ya sea que nos demos cuenta o no, hacemos todo esto imitando a nuestro Padre celestial, que también se deleita en colmar de cosas buenas a sus hijos, porque constantemente estamos en su mente, siempre somos los objetos de su afecto. El Señor es un Dios bueno, bondadoso en extremo, y el amor que nos tiene es inquebrantable.

¿Cuáles son algunas de las cosas buenas que Dios nos ha prodigado a lo largo de los años? Primero y lo más importante es que satisfizo el antiquísimo anhelo de Israel de recibir al Mesías y la necesidad del género humano de tener un Salvador. Y en el plano personal, él sabe lo que tú realmente necesitas, sabe lo que te deleita y lo que te satisface, incluso mejor que tú mismo. Sabe lo deseoso que estás de recibir su gracia, su guía y su presencia, y le encanta concederte estas buenas cosas. Tú eres siempre bienvenido en su presencia, y él saciará sin demora el anhelo más profundo de tu corazón.

Jesús expresó la generosidad de Dios cuando, viendo a las multitudes que lo seguían, comentó: “Me da lástima esta gente… No quiero despedirlos en ayunas, porque pueden desmayarse en el camino” (Mateo 15, 32).

Tu Padre eterno conoce el cansancio y el hambre que tú experimentas, y quiere saciarte, para que no te venza la fatiga. Él conoce tus temores y preocupaciones y quiere llenarte de fortaleza y confianza en que él proveerá para ti. Él conoce las alegrías y los éxitos que tú experimentas en la vida y quiere celebrarlos contigo y llenarte de gozo.

Tu Padre es muy generoso, más de lo que te imaginas. Así que no dudes en pedirle todo lo que necesites. Al mismo tiempo, procura descubrir las bendiciones que tu Padre ya te ha dado. Luego, al igual que la Virgen María, proclama la grandeza del Señor.
“Gracias, Padre amado, por ser tan bueno y generoso conmigo y por concederme tantas cosas buenas.”
1 Samuel 1, 24-28
(Salmo) 1 Samuel 2, 1. 4-8

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