viernes, 29 de diciembre de 2017

Meditación: Lucas 2, 22-35

Transcurrido el tiempo de la purificación de María… ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor. (Lucas 2, 22)

¿Por qué José y María llevaron al Niño a presentarlo en el templo? La razón se remonta a la Pascua original. Dios había mandado a los israelitas que untaran la sangre de un cordero en los dinteles de las puertas para que sus primogénitos no murieran por la plaga que iba a azotar a Egipto. Desde entonces, todos los primogénitos tenían que ser consagrados al Señor junto con el ofrecimiento de un cordero (o una tórtola o un pichón, si eran pobres).

Naturalmente, podemos alegar que Jesús no tenía necesidad alguna de ser redimido, pues él es el Cordero de Dios que nos redimió a todos nosotros, redención que fue lograda mediante la sumisión a la voluntad del Padre. Y la voluntad de Dios incluía el hecho de que el Niño fuera presentado en el templo. Por eso la presentación de Jesús no fue algo meramente simbólico, sino el comienzo de una vida totalmente dedicada a glorificar al Padre.

Cuando vayas a Misa este fin de semana, piensa en la presentación del Niño Jesús. Cuando veas que el sacerdote consagra la hostia, reconoce lo que está haciendo: ¡Está ofreciendo a Jesús al Padre! José y María consagraron al Niño Jesús como un bebé indefenso y vulnerable; pero ahora él parece ser incluso más indefenso y vulnerable en la forma de una simple hostia consagrada. Pero al igual que María y José, nosotros sabemos que esa pequeña hostia posee un enorme poder, amor y gracia, que es suficiente para borrar los pecados de todo el mundo; incluso para hacer que cada uno de nosotros sea hijo de Dios.

Si tienes tiempo, llega más temprano a Misa y ora pensando en qué le vas a ofrecer a Dios hoy día. Tal vez sea algo insignificante en comparación con el ofrecimiento de toda su vida que hizo Jesús; pero lo que sea, ese ofrecimiento va a pasar a ser algo más grande de lo que pudiera esperarse. Lo que le ofrezcas al Señor, unido en oración a su propio sacrificio, le dará mucha gloria a Dios y será un poderoso testimonio en su nombre. Como lo dijo Jesús, un grano de trigo no es nada más que una semilla, “pero si muere, produce mucho fruto” (Juan 12, 24).
“Señor mío Jesucristo, te ofrezco mi vida. Concédeme la fe necesaria para seguirte hoy sabiendo que tu obrarás todo para mi bien.”
1 Juan 2, 3-11
Salmo 96(95), 1-3. 5-6

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