sábado, 18 de mayo de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Juan 14,7-14.

Evangelio según San Juan 14,7-14.
Jesús dijo a sus discípulos: 
"Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto".
Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta".
Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Como dices: 'Muéstranos al Padre'?
¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras.
Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras.
Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."
Y yo haré todo lo que ustedes pidan en mi Nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.
Si ustedes me piden algo en mi Nombre, yo lo haré."

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos hermanos:

«Yo soy la Obra», pudo decir Jesús. La Obra del Padre. Lo dijo constantemente de sí mismo, aunque no con esta expresión. Una expresión que, aunque nos resulte un tanto extemporánea, el evangelio que la liturgia nos propone hoy podría llevar como única glosa. Sin embargo..., ¿acaso alguna vez hemos contemplado a Jesús en estos términos?

A veces tengo la impresión de que los que seguimos a Jesús —especialmente quienes llevamos más años, más camino de fe— apenas dejamos que resuene en nosotros la cuestión que Jesús pronuncia sobre Felipe: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?». Quizá debiéramos ponernos más a menudo bajo este suspiro del Señor los que, al menos en apariencia, tanto sabemos acerca de Jesús. Repetimos sus palabras; algunas, de memoria. Recordamos sus gestos; algunos, cada día. Admiramos sus obras; algunas, más que si fueran propias. Son para nosotros palabras de Dios, gestos de Dios, obras de Dios... en sentido lato. Puede que pasen muchos años y no lleguemos a comprender su sentido fuerte, que reside en la persona misma de Jesús y no tanto —o no solo— en lo que dice o hace: Él es Palabra de Dios, Sacramento del Cielo, Obra del Padre. No ver esto es, en realidad, conocer muy poco.

Como le ocurrió a Felipe, discípulo temprano de Jesús, también nosotros aprendemos con facilidad lo que sale de sus manos pero quizá se nos escapa con la misma facilidad quién es el Hijo. Y, sin querer, sin saber muy bien por qué ni cómo, vamos dejando de conocerle aunque no dejemos de predicarle. Y vamos perdiendo por el camino la capacidad de convertirnos en un reflejo vivo de su gloria. Él, no obstante, no deja de mostrarse a todos los hombres de todo tiempo y lugar como quien es: figura de la Belleza misma, esplendor de la Verdad misma, encarnación de la Bondad misma. Obra insuperable del Amor del Padre por cada ser humano.

Humildemente, rezamos, tomando prestado aquel verso de Arrupe, que bien podría haber sido la petición postrera de Felipe: «Señor, quisiera conocerte como eres: tu Rostro sobre mí bastará para cambiarme».

Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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