martes, 10 de septiembre de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 100919


«Jesús subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios»

Los contemplativos y los ascetas de todos los tiempos, de todas las religiones, han buscado siempre a Dios en el silencio, la soledad de los desiertos, de los bosques, de los montes. Jesús mismo vivió cuarenta días en perfecta soledad, pasando largas horas hablando de corazón a corazón con el Padre, en el silencio de la noche.

También nosotros estamos llamados a retirarnos, de manera intermitente, en un profundo silencio, en la soledad con Dios. Estar solos con él, no con nuestros libros, nuestros pensamientos, nuestros recuerdos, sino en una perfecta desnudez interior: permanecer en su presencia –silencioso, vacío, inmóvil, en actitud de espera. 

No podemos encontrar a Dios en medio del ruido, la agitación. Fijémonos en la naturaleza: los árboles, las flores, la hierba de los campos, crecen en silencio; las estrellas, la luna, el sol, se mueven en silencio. Lo esencial no es lo que podamos decir a Dios, sino lo que Él nos dice, y lo que dice a los otros a través nuestro. En el silencio Él nos escucha; en el silencio, habla a nuestras almas. En el silencio nos concede el privilegio de oír su voz:

Silencio de nuestros ojos.

Silencio de nuestros oídos.

Silencio de nuestras bocas.

Silencio de nuestros espíritus.

En el silencio del corazón,

Dios hablará.

Santa Teresa de Calcuta (1910-1997)
fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad
No hay amor más grande

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