viernes, 20 de septiembre de 2019

Meditación: Lucas 8, 1-3

Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. (Lucas 8, 1)
La buena noticia es sorprendente: Dios quiere que todos se salven, no solo los buenos, sino todo hombre y mujer que haya existido a través de los siglos.

Esto era casi incomprensible para los judíos. ¡Que Dios fuese a redimir a naciones paganas, incluso a gente inmoral e incrédula, era algo inconcebible! Pero en realidad era cierto, y aún lo es. Nadie queda excluido del amor compasivo de Dios ni de su deseo de compartir su vida en forma personal e íntima. Nadie en toda la Tierra está fuera del alcance del amor de Dios, ni tan sumergido en el pecado que el poder del Señor no pueda alcanzarlo y redimirlo.

Los Doce Apóstoles y las mujeres que acompañaban a Jesús (Lucas 8, 2) no formaban precisamente el séquito real que se habría esperado para el Rey Mesías. El grupo de pescadores, publicanos y mujeres, todos pobres, socialmente marginados y de escasa formación religiosa, distaba mucho de lo que se suponía normal y aceptable para los judíos, pero era a la vez un testimonio de la insondable sabiduría y el tierno proceder de Dios. La inteligencia divina invalida las restricciones de nuestro imperfecto razonamiento y Dios, en Jesús, reconcilia a hombres y mujeres, judíos y gentiles, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y antisociales… a veces de una manera insospechada.

En Jesús se ha abierto el Reino de Dios en forma definitiva para todos: tanto pobres y marginados, como prominentes y poderosos. Y cuando se van derrumbando las barreras de las limitaciones humanas, va surgiendo el gozo, el deleite y el júbilo por el amor de Dios, cuyo resplandor disipa la oscuridad de nuestras limitadas expectativas. El Espíritu Santo que habita en nosotros nos enseña la verdad de Jesús. Esta verdad, las realidades y los pensamientos de Dios Todopoderoso, no son cosas que podamos conocer por nuestros propios medios; es algo totalmente diferente a nuestros pensamientos; por eso necesitamos que el Espíritu Santo nos guíe hacia toda la verdad (Juan 16, 13). Pidámosle, pues, al Señor cada día la sabiduría y el conocimiento que solo vienen de Dios.
“Señor Jesús, quita de nosotros las ideas preconcebidas y prejuicios, para que aprendamos a pensar como tú piensas, amar como tú amas y preferir los caminos y los planes que tú has ordenado desde antes de todos los tiempos.”
1 Timoteo 6, 2-12
Salmo 49 (48), 6-10. 17-20
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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