martes, 3 de septiembre de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Lucas 4,31-37


Evangelio según San Lucas 4,31-37
Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y enseñaba los sábados.
Y todos estaban asombrados de su enseñanza, porque hablaba con autoridad.
En la sinagoga había un hombre que estaba poseído por el espíritu de un demonio impuro; y comenzó a gritar con fuerza;
"¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios".
Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El demonio salió de él, arrojándolo al suelo en medio de todos, sin hacerle ningún daño.
El temor se apoderó de todos, y se decían unos a otros: "¿Qué tiene su palabra? ¡Manda con autoridad y poder a los espíritus impuros, y ellos salen!".
Y su fama se extendía por todas partes en aquella región.

RESONAR DE LA PALABRA

Coherentes para ser creíbles

Estamos en Cafarnaún. Aquí, sí, Jesús es acogido y recibido con gusto. Y todo cambia; sana, enseña y moviliza graciosamente a la gente del pueblo. Y todos expresan su admiración y agradecimiento con una palabra: autoridad. ·”Hablaba con autoridad”, “Da órdenes con autoridad”, “¿Qué tiene su palabra?”.

Todo ha acontecido en torno a un hecho: Jesús sorprende en la sinagoga a un pobre hombre dominado por un espíritu inmundo. Y queda sano, al conjuro de la palabra de Jesús “Cierra la boca y sal”. La respuesta de la gente es magnífica. A la lógica admiración de todos, se asocia la voz del demonio: “Sé quién eres: el Santo de Dios”. La cosa es clara: el Maestro de Nazaret se carga de autoridad porque piensa y desea el bien, proclama un Reino de bondad y sus obras son amor, paz, servicio y entrega de su vida. Él es el “varón de dolores”, el que ha venido, como pastor bueno, a dar vida en abundancia, el que ha venido a servir y no ser servido.

En el ranking de las instituciones que merecen confianza y credibilidad, según las encuestas, la Iglesia queda “en la parte baja de la tabla”. Sí, hay mucho prejuicio acumulado y mucha resaca histórica, pero a los cristianos nos ha de escocer y poner en guardia. Todos los hijos de esta Iglesia hemos de sentirnos acuciados a “sacarle los colores”, a quitarle las arrugas al rostro de la Iglesia. Que sus palabras y gestos resulten creíbles, sorprendentes, valiosos, amables, para los hombres de nuestro tiempo. Que los cristianos seamos coherentes y auténticos no significa que seamos santos sino que nos ponemos en camino, que queremos ser salvados en nuestra menesterosidad. Que no se diga nunca de nosotros: “Haced lo que ellos dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”. Que todos huelan que anunciamos a Dios, y no, a nosotros mismos, a nuestras instituciones y estructuras. La experiencia confirma que, en la medida en que la Iglesia se desnuda del brillo mundano, se va vistiendo de credibilidad, de aceptación, de visibilidad de Evangelio.

CR

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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