viernes, 18 de octubre de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 181019


El testimonio de san Lucas: «He decidido, después de haberme cuidadosamente informado de todo… escribir los hechos acaecidos» (Lc 1,3)

De entre todas las Escrituras, incluso en el Nuevo Testamento, los Evangelios son los textos más importantes, por el hecho de ser los principales testimonios de la vida y la enseñanza del Verbo encarnado, nuestro Salvador. La Iglesia ha afirmado, siempre y en todas partes, el orígen apostólico de los cuatro evangelios, y todavía lo afirma. Lo que los apóstoles han predicado sobre Cristo, más tarde, ellos mismos y unos hombres de su mismo tiempo nos lo han transmitido, bajo la inspiración del Espíritu divino, en los escritos que son el fundamento de nuestra fe, es decir, el Evangelio en sus cuatro formas, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

De manera firme y absolutamente constante, la santa Madre Iglesia ha afirmado y afirma, que los cuatro evangelios enumerados, - de los cuales y sin dudar, atestigua su historicidad- transmiten fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, mientras convivió con los hombres, realmente hizo y enseñó para la salvación eterna de todos, hasta el día en que fue elevado al cielo (Hch 1,1-2).Después de la Ascensión del Señor, los apóstoles transmitieron a sus oyentes lo que Jesús había dicho y hecho, con la misma comprensión profunda de todo que ellos tenían, pues habían sido instruidos a través de los acontecimientos gloriosos de Cristo y enseñados por la luz del Espíritu de la verdad (Jn 14,26).

Los cuatro evangelios han sido compuestos por los autores sagrados, escogiéndo ciertos detalles de entre muchos más que les habían transmitido, ya sea de palabra o por la escritura, haciéndo entrar algunos de estos en una síntesis, o bien exponiéndolo según convenia visto el estado de las iglesias, y conservando la forma de una proclamación con el fin de podernos comunicar, así, cosas verídicas y auténticas sobre Jesús. Las escribieron con esta intención, ya sea con sus propios recuerdos que tenían retenidos en su memoria, ya sea por el testimonio de aquellos que «fueron desde un principio testigos oculares y servidores de la Palabra», a fin de que nosotros «conociéramos la verdad de las enseñanzas que hemos recibido» (Lc, 1,1-2).


Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Divina  Revelación (Dei Verbum), § 18-19

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