viernes, 21 de febrero de 2020

Meditación: Marcos 8, 34-9, 1

El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. (Marcos 8, 35)

Esto que nos dice Jesús de salvar y perder la vida nos infunde cierto temor, si no pensamos más que en lo mucho que tengamos que sacrificar. Pero eso no es todo. El Señor quiere abrirnos los ojos para que apreciemos el panorama más completo de su magnífico plan de salvación. Jesús no murió solamente para que nos despojáramos de la vida antigua, sino también para que ganáramos la vida resucitada, ¡que es infinitamente mejor! Es decir que podemos contemplar la cruz con un sentido de temerosa admiración y expectativa por todo lo bueno que Dios nos promete, porque precisamente gracias a que Jesús murió en la cruz, nosotros podemos recibir ahora la purificación del corazón y la renovación de la mente.

El Señor nos invita a iniciar esta vida nueva ahora y aquí mismo. Lo cierto es que a veces dedicamos tiempo y dinero a buscar placeres mundanos y las cosas efímeras de esta vida, pero al hacer eso corremos el riesgo de perdernos el tesoro más valioso de la vida verdadera que Dios tiene reservada para sus hijos.

En realidad, Jesús no nos pide privarnos de muchas cosas. ¡No se trata de eso! Lo que quiere es que renunciemos a los impulsos desordenados y pecaminosos que tratan de dominarnos y que, en cambio, nos pongamos de corazón en manos de Dios, para que el Espíritu Santo nos ayude a llevar la vida nueva recibida en el Bautismo. El afán de autosuficiencia e independencia y la irresponsabilidad en lo que hacemos son actitudes que llevan a la infelicidad y al dolor. ¡Estas son las cosas a las que Jesús vino a darles muerte en nosotros!

Sí, en la cruz se pierde algo. ¿Qué cosa? La esclavitud del pecado. ¿Y qué ganamos? Una conciencia limpia, libertad de los hábitos de pecado, comunión con Dios y el descubrimiento de que somos hijos amados del Altísimo. Jesús nos invita a depositar nuestra autosuficiencia, egoísmo y hábitos de pecado a los pies de su cruz para recibir allí el poder del Espíritu Santo e iniciar una vida nueva. ¡De él viene la salud y la liberación! Hermano, ¿quieres tú ser libre y sano?
“Padre celestial, confío plenamente en la promesa de que, si estoy dispuesto a perder esta vida, ganaré la vida verdadera.”
Santiago 2, 14-24. 26
Salmo 112 (111), 1-6
fuente Devocionario católico la Palabra con nosotros

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