martes, 25 de febrero de 2020

Meditación: Marcos 9, 30-37

El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres. (Marcos 9, 31)

Hoy leemos en el Evangelio que cuando Jesús iba con sus discípulos rumbo a Jerusalén, predijo por segunda vez su muerte y su resurrección. Pero ellos tenían la mente embotada y no entendían qué quería decir ni quién era realmente Jesús. En lugar de ayudarse mutuamente, cada cual quería ser el más importante; pero Jesús demostró su grandeza dándose por entero a los demás y entregando su propia vida por la salvación de todos.

Cristo dijo: “Si alguien quiere ser el primero, deberá ser el último de todos, y servirlos a todos” (Marcos 9, 35). Luego puso a un niño pequeño en medio de sus discípulos para hacerles entender que, así como él había venido a servir a los indefensos y marginados sin esperar retribución alguna, ellos debían hacer lo mismo.

Pero, como las ideas de Dios son tan diametralmente opuestas a las humanas, los discípulos estaban confundidos y no entendían cómo se llegaba a la grandeza en el Reino de Dios. ¿No tenemos nosotros también muchas veces ideas erróneas al respecto? Para ser grandes en el Reino de Dios no hay necesariamente que ser líderes en la iglesia, en un apostolado, ni en una institución de caridad o servicio social. Estos trabajos son importantes y valiosos, pero no garantizan la grandeza en el Reino de Dios, a menos que se cumplan con gran generosidad y una humilde actitud de servicio, como la de Cristo, sin esperar reconocimiento ni gratitud aquí en la tierra.

Los esposos deben ayudarse mutuamente y alentarse el uno al otro con amor. Los ministros ordenados y los que tienen votos religiosos pueden hacer lo mismo. Los padres pueden servir a sus hijos dándoles ejemplo: enseñándoles acerca del amor de Dios, la obediencia y el respeto. Los hijos pueden servir a sus padres respetándolos y obedeciéndoles, en lugar de ser desobedientes, rebeldes y criticarlos a sus espaldas. También podemos servir a los necesitados de nuestras comunidades (los sin casa, los inválidos, los ancianos, los enfermos) brindándoles compañía, llevándoles alimento y compartiendo el amor de Dios. Con nuestro testimonio y nuestras oraciones podemos servir a quienes tienen contacto con nosotros.
“Padre celestial, ayúdame a reconocer que tú eres la fuente de todo bien y que a mí me toca servir con alegría porque, al hacerlo, sirvo a Cristo Jesús, mi Señor.”
Santiago 4, 1-10
Salmo 55 (54), 7-11. 23

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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