lunes, 16 de noviembre de 2015

Lucas 18, 35-43

Hoy tenemos una oportunidad perfecta para utilizar el relato del Evangelio como modelo de oración. Este es un método muy antiguo que ayuda a experimentar al Señor aquí y ahora.

El ciego estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. ¿No somos a veces nosotros así también, resignados a soportar en silencio alguna gran dificultad, una enfermedad grave o un arraigado hábito de pecado, que nos impide pensar que Dios tenga algo bueno reservado para nosotros? Pero cuando el ciego oye que Jesús va pasando, algo cambia en él e inmediatamente clama piedad a viva voz. Todo su razonamiento lógico de aceptación de su destino desaparece cuando se acerca el Señor. Nosotros también hemos oído de Jesús y quizás hayamos experimentado su amor y su poder en alguna ocasión. ¡Pero ahora pensamos que podemos clamar a él nuevamente, sea lo que sea aquello con lo que nos toque lidiar!

Los demás hacen callar al ciego, pero él sigue llamando a Jesús. Nosotros también podemos seguir buscando al Señor con insistencia, aunque nos sintamos desalentados o si los demás nos dicen que es inútil. Finalmente, Jesús hace llamar al ciego. Nosotros podemos llegar sólo hasta cierto punto, luego tenemos que dejar que la gracia y el poder del Señor nos lleven a su lado. Jesús le pregunta al ciego qué quiere y él expone el anhelo de su corazón. Nosotros también podemos decirle al Señor cuál es el anhelo de nuestro corazón y exponerle nuestras necesidades y deseos, porque tenemos la promesa de su amor, la seguridad de que él conoce nuestros anhelos y pesares y sabemos que quiere ayudarnos del mejor modo posible.

Una vez curado, el ex ciego sigue a Jesús, glorificando a Dios. Cuando somos tocados por Jesús, se despierta en nuestro ser el deseo de seguirle y dejar todo lo demás; nos llenamos de gratitud y queremos glorificarle con nuestra vida. Y así como los que vieron el milagro alabaron a Dios, la transformación de nuestra persona también puede hacer que otros se entreguen a Jesús. ¡Todos podemos ser evangelizadores y demostrar el poder, el amor y la gloria de Dios!
“Señor mío Jesucristo, estoy enfermo, atribulado y desorientado; necesito tu ayuda, pero no te veo. Abre mis ojos, Señor, para verte y pedirte ayuda y sanación con fe, porque sé que tú eres compasivo y misericordioso.”

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