lunes, 9 de noviembre de 2015

RESONAR DE LA PALABRA - 09 NOV 2015

Evangelio según San Juan 2,13-22. 
Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: "Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio". Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: El celo por tu Casa me consumirá. Entonces los judíos le preguntaron: "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar". Los judíos le dijeron: "Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. 


RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez, cmf
fuente CIUDAD REDONDA

      Hoy delebramos la Dedicación de la Basílica de Letrán en Roma. A lo largo y ancho de la cristiandad hay iglesias de todos los tipos. Grandes y solemnes. Pequeñas y recoletas. Antiguas y modernas. Sucias y limpias. Con grandes torres y cúpulas y escondidas en locales que parecen garajes. Podría seguir poniendo muchos más adjetivos. Pero todas esas diferencias no rompen ni lo más mínimo la común identidad. Una iglesia, todas las iglesias, son el lugar donde la comunidad cristiana se reúne, escucha la Palabra de Dios y comparte el pan y el vino de la Eucaristía. La Iglesia entera se simboliza en esa comunidad que ora, escucha y canta agradecida. La Iglesia entera se hace presente en ella. Da lo mismo que los que forman la comunidad canten mejor o peor –no nos salvamos por la calidad artística de nuestros cantos–. Lo importante es esa presencia misteriosa de la misericordia y el amor de Dios que se expande en la comunidad y que a través de ella, llega fuera de sus paredes y muros hasta todos los hombres y mujeres. 

      Conocí una iglesia parroquial –estaba en un país tropical– en que no había materialmente muros. Apenas las columnas que sostenían una gran cúpula. Cuando celebraba allí la Eucaristía tenía la sensación de estar en medio de la calle. Al principio, reconozco que me sentí un poco molesto. Pero luego fui pensando que era genial aquella presencia abierta. ¡Una iglesia  en medio de la gente! ¡Abierta a los cuatro vientos, a las lluvias y temporales! Porque el agua de la vida, del que habla la primera lectura, no se puede encerrar entre cuatro paredes. 

      La iglesia, cualquier iglesia, se convierte así en un signo sacramental del reino. Es lugar de reunión abierto a todos los hijos e hijas de Dios. En la iglesia no se excluye a nadie porque todos estamos amparados por la misericordia de Dios. ¡El que esté libre de pecado que tire la primera piedra!

      Por eso hay que tener cuidado con los que quieren convertir la iglesia en un negocio, un lugar donde se va a comprar y vender, a chalanear y regatear con Dios. Te doy media hora de oración a cambio de la salvación o de aquel favor. ¡Grave error! Eso es no haber comprendido la inmensa, la enorme, la inagotable, la incalculable, la desmedida, la infinita, misericordia de Dios. 

      La iglesia-edificio, la Iglesia-comunidad, es, pues, ante todo, lugar de acción de gracias, lugar de vida, lugar de acogida, lugar de familia, de perdón y reconciliación.

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