jueves, 23 de marzo de 2017

Evangelio según San Lucas 11,14-23. 
Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo. Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. 

RESONAR DE LA PALABRA

Edgardo Guzmán, cmf
Queridos amigos y amigas:
Dice el refrán popular que «No hay peor ciego que el que no quiere ver». Podríamos decir, a la luz del Evangelio de este día, que no hay peor creyente que el que no reconoce la acción salvadora de Dios y pide signos extraordinarios para creer en su presencia. Si hay algo que le duele a Jesús es ver cómo muchos de sus contemporáneos estaban cerrados para captar la implicación compasiva del Dios de la misericordia que ha venido para sanar, para aliviar el sufrimiento, para redimir de las fuerzas del mal.
La presencia del Reino de Dios se descubre como una acción liberadora de todo lo que nos impide vivir en plenitud. Jesús al devolverle el habla al hombre mudo lo reincorpora a la vida social, le restituye un aspecto primordial para nuestras relaciones humanas, la capacidad de hablar para poderse comunicar. Lo más propio y característico del ser humano, lo que lo distingue del resto de la creación, es poder expresar lo piensa, lo que siente, lo que hace. Cuando estamos imposibilitados para comunicarnos nuestra existencia esta mutilada.
En el inmenso mar de las redes sociales de nuestro tiempo corremos el riesgo de la despersonalización, de quedarnos sin voz, de disolvernos en medio de la masa. Se nos imponen muchas cosas, pero sobre todo nos quitan la palabra, nos enmudecen y, por más que se promulgue la libertad de expresión son cientos los que están sin voz. Pensemos en los migrantes, en los refugiados, en los que son perseguidos, en los ancianos que están solos en una residencia de mayores, en los pobres de nuestra tierra. Los que no tienen voz en «las periferias existenciales». A millones de personas se les condena al silencio por muy fuerte que sea su grito de dolor.
¿Cómo notar la acción del dedo de Dios en nuestras vidas? ¿Somos capaces de reconocer que el Reino está presente en nuestra historia? ¿Percibimos que Dios camina en medio de su pueblo? Roguemos al Señor que ilumine nuestro corazón para tener la lucidez de descubrir los demonios que amenazan nuestras vidas y que no nos dejan vivir con felicidad.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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