lunes, 4 de diciembre de 2017

Meditación: Isaías 2, 1-5

En la herrería, las chispas centellean al golpe del martillo; el horno arroja un calor abrasador; el choque de metal contra metal retumba en el aire.









El herrero toma una espada y lentamente, con gran esfuerzo, la va fundiendo y martillándola en el yunque hasta formar la hoja de un arado.

¿Te recuerda esto el Adviento? Es la imagen que Isaías usó cuando profetizó acerca de la venida del Mesías, una profecía que habla de un Reino en el que ya no se necesitarán más espadas, porque esos instrumentos de guerra y armas de muerte se transformarán en instrumentos de vida y paz.

Todos tenemos ciertas espadas en la vida, “armas” que usamos para dañar a otros. Por ejemplo, el mal genio, que nos empuja a enojarnos y guardar rencores, o bien insultar o condenar sin pensarlo bien. El Señor quiere sacar de nosotros esas palabras dañinas y enseñarnos a pronunciar palabras de compasión y comprensión; quiere extirpar el mal genio de nosotros y transformar esa energía en actitudes de misericordia. Quiere ayudarnos a dar pasos firmes para hacer la paz en nuestras relaciones personales.

Esta imagen de las espadas que se convierten en arados es una manera de explicar exactamente por qué Jesús se hizo hombre: para que abandonemos el afán destructivo del pecado, y cada cual llegue a ser una útil herramienta de paz.

Pero la experiencia nos dice que esta transformación, de las espadas en arados, no se produce en forma automática. Es preciso cooperar con el Herrero divino, y empezar por entregarle nuestras espadas, para que él nos ayude a darles nueva forma. Esta es la razón por la cual el Sacramento de la Reconciliación es realmente vital.

Así pues, hazte un examen de conciencia sin miedo de observar las “armas” que llevas en tu interior; por ejemplo, aquello que te ha herido a ti mismo o dañado a otras personas. Luego, anda a la Confesión. Dios desea perdonarte, sanarte y renovarte, para hacer de ti un experto en el arte de la paz, no de la guerra, y él puede tomar cualquier acto de arrepentimiento, el tiempo dedicado a la oración, cualquier sacrificio o acto de generosidad que hagas, y llenarlo de su gracia.
“Padre amado, te entrego todas las armas ofensivas que tenga en mi interior para que me ayudes a transformarlas en instrumentos de paz.”
Salmo 122(121), 1-9
Mateo 8, 5-11

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