viernes, 1 de diciembre de 2017

Meditación: Lucas 21, 29-33

Jesús se disponía a ofrecer su vida por la salvación del mundo. 

Había llegado al final de su ministerio y su inminente muerte y resurrección marcaban la inauguración del Reino de Dios en la tierra y el nacimiento de la Iglesia. Pese al rechazo, la persecución y la oposición, el Señor anunció con gran confianza que nuestra salvación se estaba acercando.

Cristo desea que esperemos confiadamente su Segunda Venida, aunque al hacerlo experimentemos oposición y persecución; porque tal como él triunfó, también triunfaremos nosotros, si confiamos en su palabra. Pero no debemos sentirnos atribulados ni desconsolados cuando sobrevengan tiempos de adversidad. Por el contrario, si la oposición, el rechazo y la persecución aumentan de intensidad, éstas son indicaciones positivas de que ya se acerca la manifestación final y gloriosa de nuestra salvación. El Señor asemejaba estas señales a la higuera, cuyos brotes primaverales anuncian la cercanía del verano.

Así, pues, cada día tenemos decisiones que tomar. Podemos considerar lo que Cristo hizo para redimirnos y darnos la posibilidad de llegar al cielo y confiar en su promesa de que en su Segunda Venida lo veremos aparecer con la manifestación plena de su gloria. O bien, podemos mirar las situaciones de injusticia, dolor y sufrimiento que nos rodean y llenarnos de miedo e inseguridad. Pero, si nos presentamos ante el Señor en la oración y dejamos que sus palabras de esperanza y aliento nos llenen de paz e iluminen nuestros pensamientos, nos sentiremos reanimados y seremos capaces de no desanimarnos al ver las circunstancias inmediatas. La Palabra de Dios es poderosa y nos mueve a creer que para él no hay nada imposible.

Hay muchos cristianos que son o han sido perseguidos por regímenes ateos y totalitarios, y a veces pareciera que las tinieblas han triunfado. Pero también vemos que en diversos lugares del mundo hay un nuevo despertar cristiano, gracias a la nueva evangelización, en lo que se ve que los sistemas terrenales son pasajeros y que las palabras y promesas de Dios son firmes y eternas: él siempre protegerá a su Iglesia. Hoy los cristianos son testigos vivientes de que “Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse.”
“Señor Jesús, enséñanos a entender el poder y la fuerza de tu palabra; haz que ella sea una luz en nuestro caminar, para que sepamos esperar tu venida con entusiasmo y esperanza.”
Daniel 7, 2-14
(Salmo) Daniel 3, 75-81

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