jueves, 27 de diciembre de 2018

«Confiar en Dios y perdonar, como Esteban, a imitación de Jesús»

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La alegría de la Navidad aún inunda nuestros corazones: sigue resonando el maravilloso anuncio de que Cristo nació por nosotros y trae la paz al mundo. En este clima de alegría celebramos hoy la fiesta de San Esteban, diácono y primer mártir. Podría parecer extraño acercar la memoria de San Esteban al nacimiento de Jesús, porque surge el contraste entre la alegría de Belén y el drama de Esteban, lapidado en Jerusalén durante la primera persecución contra la Iglesia naciente. En realidad no es así porque el Niño Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que salvará a la humanidad muriendo en la cruz. Y ahora lo contemplamos envuelto en lienzos en el pesebre; mientras después de su crucifixión será envuelto nuevamente por lienzos y colocado en un sepulcro.

San Esteban fue el primero en seguir las huellas del divino Maestro con el martirio, quien murió como Jesús encomendando su vida a Dios y perdonando a sus persecutores. Dos actitudes: confió su vida a Dios y perdonó a sus perseguidores. Mientras lo apedreaban decía: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7, 59). Palabras similares a las de Cristo en la cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46). La actitud de Esteban que imita fielmente el gesto de Jesús, es una invitación dirigida a cada uno de nosotros a acoger con fe de las manos del Señor lo que la vida nos reserva de positivo y también de negativo. Nuestra existencia está marcada no solo por circunstancias felices, lo sabemos, sino también por momentos de dificultad y pérdida. Pero confiar en Dios nos ayuda a aceptar los momentos difíciles y a vivirlos como una oportunidad para crecer en la fe y construir nuevas relaciones con nuestros hermanos. Se trata de abandonarnos en las manos del Señor, sabiendo que es un Padre rico en bondad hacia sus hijos.

La segunda actitud con que Estaban imitó a Jesús en el momento extremo de la cruz es el perdón. Él no maldice a sus perseguidores, sino que reza por ellos: “Dobló las rodillas y gritó a gran voz: «Señor, no les culpes por este pecado “» (Hechos 7:60). Estamos llamados a aprender de él a perdonar siempre, y no es fácil hacerlo, todos lo sabemos. El perdón ensancha el corazón, genera el compartir, da serenidad y paz. De ahí que el protomártir Esteban nos muestra el camino que debemos recorrer en las relaciones interpersonales en la familia, en los lugares de la escuela y del trabajo, en la parroquia y en las diversas comunidades. Siempre abiertos al perdón. La lógica del perdón y de la misericordia siempre es vencedora y abre horizontes de esperanza. Pero el perdón se cultiva mediante la oración, que nos permite mantener nuestros ojos fijos en Jesús. Esteban pudo perdonar a sus asesinos porque, lleno del Espíritu Santo, miraba al cielo y tenía los ojos abiertos a Dios (cf. , 55). De la oración surgió la fuerza para sufrir el martirio. Debemos orar insistentemente para que el Espíritu Santo derrame sobre nosotros el don de la fortaleza que sana nuestros miedos, nuestras debilidades, nuestras pequeñeces y ensancha nuestro corazón para perdonar. ¡Perdonar siempre!

Invoquemos la intercesión de la Virgen y de San Esteban: su oración nos ayude a encomendarnos siempre a Dios, especialmente en los momentos difíciles, y para que nos sostenga en el propósito de ser hombres y mujeres capaces de perdonar.

Santo Padre Francisco
Ángelus 26122018


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