viernes, 28 de diciembre de 2018

Meditación: Mateo 2, 13-18

Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso (Mateo 2, 16).

El rey Herodes era un hombre despiadado y violento. Cada vez que surgían rumores de que alguien estaba conspirando para derrocarlo, montaba en cólera y ordenaba la inmediata ejecución del conspirador, aunque los rumores fueran falsos, como sucedió con tres de sus propios hijos y una de sus diez esposas. Por consiguiente, no fue raro que hubiera ordenado matar a los niños pequeños de Belén.

¿Por qué fue tan cruel e injusto con los niños inocentes? Seguramente, por cobardía. El que vive “por la espada”, como lo hizo él, sabe que tarde o temprano esa espada le llegará a él, y eso le hacía vivir bajo una oscura nube de paranoia, incertidumbre y miedo.

El miedo profundo suele ocultarse tras otras emociones, tales como el mal genio, la soberbia o la desconfianza. A veces podemos reaccionar con exageración frente a la mala conducta de un hijo porque tememos que su comportamiento nos cause dificultades con la escuela. O bien, podemos sentirnos ofendidos por algo o alguien, incluso injustificadamente, porque tememos perder autoridad o influencia. Incluso podemos decidir no ir a visitar o ayudar a un compañero de apostolado que esté enfermo o necesitado por temor a fracasar.

Lo más seguro es que los temores que tengamos no nos lleven a los extremos de Herodes, pero hay varias otras maneras en que el miedo o la cobardía nos puede dañar a nosotros mismos y a quienes tenemos cerca. Y lo peor de todo es que nos convence de que no hay escapatoria. Algunos incluso se sienten tan encadenados por la inseguridad y el temor que ni siquiera pueden imaginarse una vida libre de ellos. Pero, claro que es posible librarse, porque ¡todo es posible con Dios!

Hermano, tú no tienes por qué sentirte dominado por los temores, especialmente los que se mantienen ocultos en el subconsciente. En tu oración diaria, pídele hoy al Señor que te muestre si tienes algún temor no reconocido en tu vida y pon atención a lo que te viene a la mente. Si te das cuenta de que hay algo que antes no podías reconocer, pídele al Señor que te ayude a verlo y afrontarlo. Es posible que no sientas ningún cambio al principio, pero no te desanimes, ¡sigue pidiendo!
“Amado Jesús, quiero llevar una vida libre de temores, y sé que tú me has librado del miedo. ¡Ayúdame a enfrentar lo que sea, Señor!”
1 Juan 1, 5—2, 2
Salmo 124(123), 2-5. 7-8

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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