viernes, 25 de enero de 2019

Meditación: Hechos 22, 3-16

Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues.
Hechos 22, 8

Hoy que se celebra la fiesta de la Conversión de San Pablo, y vemos que antes de que Jesús se le revelara en medio de una luz resplandeciente, Saulo creía saber claramente cuál era su misión: servir a Dios fielmente, aun si esto significaba perseguir a los seguidores de Cristo. De hecho, ahora mismo iba de viaje para arrestar a los cristianos en Damasco y evitar que el Evangelio siguiera extendiéndose. Pero en un instante, todo el entendimiento que Pablo tenía de Jesús cambió drásticamente. ¡De enemigo de Cristo se convirtió en discípulo y apóstol!

La conversión de San Pablo pasó a ser el fundamento del resto de su vida. En el Libro de los Hechos de los Apóstoles se relatan por lo menos tres veces el transformador encuentro que Pablo tuvo con el Señor. En efecto, cada vez que Pablo relataba el hecho de su conversión, iba entendiendo mejor lo que había sucedido en su vida, porque cada vez que recordaba su conversión, experimentaba de nuevo la fuerza y la luz de Cristo.

Este es un ejemplo maravilloso que todos podemos imitar. Efectivamente, conviene proponerse recordar con frecuencia las propias experiencias de fe que uno ha tenido. Mientras más las recordemos y meditemos en lo que esas experiencias han significado para nosotros, más animado tendremos el corazón y estaremos mejor preparados mental y espiritualmente para afrontar la batalla espiritual. Cuando el diablo intenta atacarnos con pensamientos de temor o duda, podemos combatirlo reafirmando, tal vez en voz alta, que estamos arraigados en Cristo y que Dios nos protege de todo mal. Y cuando haya una posibilidad de evangelizar, compartamos la experiencia personal, no una teología abstracta.

Cada persona es única y también lo son nuestras historias de conversión. Desde el alcohólico que experimenta que Jesús lo libra de la adicción, hasta la madre soltera que es movida a lágrimas por la compasión de una familia católica, hasta el paciente de cáncer que se encuentra solo en el hospital y clama a gritos al Señor, hasta otros creyentes como… ¡tú mismo!

¿Cuál es tu historia? ¿Puedes compartirla con tus familiares y amigos? Solo falta que te prepares rezando y que confíes en que el Señor te ayudará.
“Te alabo, Cristo, Señor de todos, y proclamo tu gran amor. ¡Tu misericordia con todos es infinita y tu fidelidad dura para siempre!”
Salmo 117(116), 1-2
Marcos 16, 15-18
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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