sábado, 23 de febrero de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 230219


El testimonio de los profetas conduce al testimonio de los apóstoles

El Señor Jesús quiso que Moisés subiera él solo a la montaña, pero se le juntó Josué (Ex 24,13) También en el Evangelio, de entre todos los discípulos, es sólo a Pedro, a Santiago y a Juan, a quienes ha revelado la gloria de su resurrección. Quiso con ello que su misterio quedara escondido, y frecuentemente les advertía que no dieran a conocer a cualquiera lo que habían visto, a fin de que un auditor demasiado débil no encontrara en ello un obstáculo que dificultara a su espíritu inconstante el recibir esos misterios con toda su fuerza. Porque el mismo Pedro “no sabía lo que se decía”, ya que creía que era preciso levantar allí tres tiendas para el Señor y sus compañeros. Seguidamente, no pudiendo soportar el resplandor de la gloria del Señor que se transfiguraba, cayó al suelo (Mt 17,6), al igual que cayeron también “los hijos del trueno” (Mc 3,17), Santiago y Juan, cuando la nube les cubrió...
Entraron, pues, en la nube para conocer lo que es secreto y está escondido, y es allí que oyeron la voz de Dios que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto, escuchadlo” ¿Qué significa: “Este es mi Hijo, el amado”? Esto quiere decir –Simón Pedro, ¡no te equivoques!- que no debes colocar al Hijo de Dios al mismo nivel que sus siervos. “Este es mi Hijo: Moisés no es 'mi Hijo', Elías no es 'mi Hijo', a pesar de que uno abrió el cielo y el otro lo cerró”. En efecto, uno y otro, por la palabra del Señor, vencieron a un elemento de la naturaleza (Ex 14; 1R 17,1), Pero es que ellos no hicieron otra cosa que ser ministros de aquél que ha consolidado las aguas y las ha cerrado secando el cielo, las ha disuelto en lluvia cuando ha querido.
Allí donde se trata de un simple anuncio de la resurrección, se apela al ministerio de los siervos, pero allí donde se muestra la gloria del Señor que resucita, la gloria de los siervos cae en la oscuridad. Porque el sol, al levantarse, oscurece las estrellas, y todas las luces desaparecen frente al resplandor del eterno Sol de justicia (Ml 3,20)


San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre el salmo 45, 2; CSEL 64, 6, 330-331

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