martes, 26 de febrero de 2019

Meditación: Marcos 9, 30-37

El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. (Marcos 9, 37)

¡Qué ejemplo más impresionante nos da Cristo en el Evangelio de hoy! Jesús, el Hijo de Dios, el Señor del universo, tomó a un niñito en brazos y lo mostró a sus discípulos. Con este simple gesto, Cristo estaba demostrando no solamente lo tierno y cariñoso que es, sino enseñando a los Doce la actitud que ellos mismos debían tener.

Jesús aprovechó este episodio para dar a conocer la gran diferencia entre el deseo humano de adquirir poder y prestigio y el deseo del Padre de que sus hijos estén dispuestos a aceptar y favorecer a los humildes y los indefensos. De hecho, Cristo hizo una declaración radical al identificarse con los débiles, los necesitados y los sencillos, diciendo que quien recibiera a un niño en su nombre lo recibía a él mismo.

Día tras día nos bombardean las noticias de lo que hacen los ricos y famosos, los poderosos y los privilegiados; la sociedad nos incita a imitar a los que están dedicados a conseguir más dinero, fama e influencia. Pero nadie se acuerda de los pobres y los débiles. ¡Esto es lo contrario de lo que enseñó Jesús! Él mismo vino al mundo sin pompa ni ceremonia, sino indefenso y humilde. Poco a poco, escuchando la enseñanza y viendo el ejemplo de Cristo, los discípulos fueron entendiendo que la idea de grandeza y liderazgo que él y el Padre tenían era radicalmente distinta. En efecto, la verdad de Jesús es absolutamente diferente de las imágenes que vemos en la televisión, el cine y en muchas “celebridades”. Los cristianos también tenemos que aprender a distinguir entre la vida nueva y verdadera del Reino de Dios y la vida aparentemente “buena” pero engañosa que nos ofrece el mundo.

Trata de mantener presente la imagen de Cristo con el niño en brazos y procura discernir qué te dice esta figura acerca de lo que es la grandeza ante los ojos de Dios y no la pierdas de vista al considerar cómo quiere el Señor que le sirvas. Esta imagen puede guiar tus pensamientos y tu corazón al buscar el camino de la grandeza en el Reino de Dios. Y mientras te imaginas a Jesús con el niño en brazos, piensa en aquello que quisieras pedirle al Señor para que tu actitud frente a él sea la misma del niño.
“Jesús, Rey y Señor mío, enséñame a servir como tú lo hiciste; a buscar a los débiles e indefensos para ayudarles en tu nombre. Abre mis ojos, Señor, para recibirte a ti en ellos.”
Eclesiástico 2, 1-11
Salmo 37, 3-4. 18-19. 27-28. 39-40

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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