miércoles, 20 de febrero de 2019

Meditación: Marcos 8, 22-26

El hombre comenzó a ver perfectamente bien. (Marcos 8, 25)

La curación del ciego en Betsaida demuestra que la fidelidad de Jesús es inquebrantable. En efecto, siempre nos acompaña en las buenas y en las malas, hasta que nos restaura por completo. No se contenta con vernos caminar con heridas y traumas a medio sanar, sino que quiere darnos vida en abundancia en todas las cosas, no solo en la esperanza de la vida eterna en el cielo; el Señor quiere ver que nuestro corazón se transforme por efecto de su amor y que nuestro organismo recupere la salud completa, probablemente más de lo que podemos imaginarnos.

La advertencia de Jesús al ciego, después de devolverle la vista, tiene para nosotros un vínculo con la recepción de una curación completa. Le dijo: “No vuelvas al pueblo” (Marcos 8, 26), lo cual tiene similitud con lo que le dijo al paralítico que curó en Jerusalén: “Mira, ahora que ya estás sano, no vuelvas a pecar, para que no te pase algo peor” (Juan 5, 14). En ambos casos se ve que los hombres tenían que cambiar su modo de vida y abandonar el entorno donde crecían el pecado y la incredulidad, y proteger la curación que Jesús les había dado.

El Señor quiere prodigarnos la salud completa, pero a veces nos resistimos. No es que no queramos sentirnos bien, sino que no estamos dispuestos a renunciar a nuestros hábitos de pecado y por eso no recibimos la curación. Posiblemente tengamos que cambiar para cooperar con la gracia de Dios, porque si luchamos, por ejemplo, con los resentimientos del pasado, seguramente la curación será más completa si hacemos lo posible por perdonar y olvidar lo sucedido hace meses o años. Si nos cuesta librarnos de un mal hábito, posiblemente tengamos que adoptar nuevos hábitos positivos que contrarresten las prácticas anteriores.

Puesto en forma sencilla, la curación completa suele requerir un arrepentimiento completo. La buena noticia es que, si tratamos de librarnos del pecado, tenemos a nuestro alcance toda la gracia y el poder de Dios, que es todopoderoso y muy compasivo. ¡No nos contentemos con algo inferior! ¡Despojémonos del pecado y vayamos a recibir la transformación más grande que Jesús quiere hacer en nosotros!
“Jesús, Señor mío, quiero experimentar una curación completa. Muéstrame todo lo que yo diga o haga que sea un obstáculo para la curación de mi persona. Señor, ¡haz en mí tu voluntad!”
Génesis 8, 6-13. 20-22
Salmo 116, 12-15. 18-19

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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