martes, 19 de marzo de 2019

Meditación: Mateo 1, 16. 18-21. 24

José, su esposo… era hombre justo. (Mateo 1, 19)

Dios, que muchas veces actúa de un modo misterioso, escogió a un sencillo carpintero para que fuera el esposo de la Virgen María y padre adoptivo de su Hijo unigénito. Este es un misterio, aunque sabemos que cuando Dios llama a una persona y le encomienda una misión, le infunde también la gracia necesaria para cumplirla. Pero en realidad, no es mucho lo que se sabe o se dice acerca de José, excepto que tuvo la increíble misión de ser el padre adoptivo del Hijo de Dios.

José era un hombre devoto que confiaba en el Señor. No dejó nada escrito, pero sus acciones fueron sumamente elocuentes. Al comienzo de la vida de Jesús, cuando se iba a producir nuestra redención, este hombre, de gran fortaleza, confianza y humildad, se erige como señal de la nueva creación que Jesús iba a hacer posible para todos por medio de su cruz.

Dios le habló a José en sueños por medio de un ángel y cada vez que el ángel le hablaba, él obedecía sin demora las instrucciones de Dios. Las situaciones que enfrentó José fueron difíciles. En la primera visita del ángel, Dios le dio a conocer que María había concebido en forma milagrosa y que no debía tener miedo de tomarla por esposa. Sin duda, José debe haberse sentido inclinado a dudar o preocuparse del qué dirán; pero sin pedir más entendimiento y sin ninguna vacilación, actuó decididamente.

Todos los cristianos estamos llamados, al igual que San José, a ser receptores generosos de la gracia divina, que es el poder que nos hace aptos para obedecer al Señor. Estemos, pues, dispuestos a conocer la voluntad de Dios, la cual podemos percibirla haciendo oración, leyendo la Escritura y participando en la liturgia. A veces nos encontraremos en situaciones difíciles y tal vez nos sintamos tentados a dudar de Dios; pero hemos de recordar que todos tenemos el Espíritu Santo, que se deleita en enseñarnos a reconocer la acción del Señor. Cuando hacemos la voluntad divina, empiezan a crecer en nosotros la fe, la esperanza y la intimidad con Dios, y así llegamos a ser capaces de realizar las obras que él tiene preparadas para sus hijos.
“Señor y Dios mío, te ruego que me concedas tu fortaleza para ser un servidor obediente de tu Majestad.”
2 Samuel 7, 4-5. 12-14. 16
Salmo 89(88), 2-5. 27. 29
Romanos 4, 13. 16-18. 22

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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