sábado, 16 de marzo de 2019

RESONAR DE LA PALABRA - Evangelio según San Mateo 5,43-48.


Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Jesús dijo a sus discípulos: 
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

RESONAR DE LA PALABRA

Queridos amigos.

El lunes nos decía la Palabra de Dios. “Sed santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo” (Lev19, 1), y hoy Jesús nos dice: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). En las lecturas del lunes la santidad era las obras de misericordia hacia el prójimo. Hoy Jesús nos propone algo más: el amor a los enemigos, a aquellos que nos quieren mal.
En la vida todos tenemos a alguien que no nos cae bien, que se nos hace pesado, casi insoportable. Quizá no lleguemos al extremo de odiarlo o desearle algún mal, pero sí que preferimos actuar como si no existiera o huir para evitar encontrarnos con él, es decir no queremos tener ningún trato y actuamos con indiferencia ignorando a esa persona.
Jesús nos pide una caridad sin restricciones y una oración que abarque a todos, incluso a los que nos hacen sufrir. Y esto porque el Padre Dios nos quiere hijos semejantes a él en el obrar el bien, es decir así como su amor para con cada uno de nosotros es totalmente gratuito aunque nosotros seamos ingratos y pecadores, así debemos ser nosotros con los demás aunque nos ofendan. La gratuidad del amor es la regla suprema de las relaciones humanas.
Si oramos por alguien que nos ha herido o que nos molesta le pondremos un rostro y un nombre, es decir que existe para nosotros. Si rogamos por él nos daremos cuenta que nuestra actitud hacia él –“el enemigo”- cambia y lo miraremos con más compasión, comprensión y misericordia. Y nuestro corazón recobrará poco a poco la paz perdida.
Leed esta historia: “¿Quién es el hombre más bueno del mundo?, preguntaba el catequista a su grupo. Mirad: Cuenta la historia que había un sacerdote muy bueno, rezaba mucho. Y todo el mundo decía que era un ¡SANTO! Él no se lo creía, pero un día le dijo a Dios -”Señor, ya ves lo que la gente dice de mí, que soy un SANTO. ¿ES CIERTO, SEÑOR? Y el Señor le contestó: - ¿Para qué quieres saberlo, amigo mío? -Si lo soy, para estar seguro. Y si no lo soy para ir junto al hombre que me puede enseñar a ser santo. Dios le dijo: Está bien. Ven, te mostraré al hombre verdaderamente santo, mi mejor amigo.
El Señor tomó al sacerdote de la mano y le fue guiando por la ciudad hasta llegar a la casa del carnicero. -Entra, le dijo Dios. ¿Dónde, Señor? -En la casa del carnicero. -No parece tan santo, Señor. Es un poco pesado este señor...
El cura se acordó de lo que había pedido a Dios y entró. Estaba el carnicero terminando su tarea de la mañana. - ¡Bienvenido a mi casa! ¡Pase, pase!
El sacerdote no salía de su asombro, pues no comprendía cómo un hombre tan normal y corriente podía ser modelo de santo. ¿Dónde estaría su santidad? - ¿Se quedará a almorzar con nosotros? El sacerdote dudaba, pero al fin dijo: - Bueno, está bien. Una vez que vengo....
Y observó cómo el señor preparaba la mesa. Mientras su esposa y sus hijos se sentaban, él entró en un cuarto de al lado. El sacerdote le siguió con la mirada. En el cuarto había un hombre anciano acostado. El carnicero lo limpió, le dio de comer en la boca, le colocó con mucho cariño la ropa de la cama y volvió otra vez a la mesa.
- El abuelo, ¿es su padre?, preguntó el cura - No, no. Yo soy huérfano de padre desde niño. - ¿Y quién es entonces el abuelo? - Es una historia muy larga, pero ya que me pregunta le voy a contar: Hace años él fue llegando a nuestra carnicería escapando de la justicia. Le perseguía la policía. Había matado a un hombre. Me pidió por misericordia que lo recibiera en casa. Yo le abrí. Después supe que él había matado a mi padre. Quise enseguida vengarme. Lo tenía en mi mano. Además él no sabía quién era yo. Un vecino me dijo que al menos lo denunciara a la policía o que lo hiciera salir de casa pues era un peligro para toda la familia. Yo le dije a mi señora: He rezado mucho delante del Crucificado y escuché una voz que me decía: “Si perdonas de corazón a tu hermano, tu Padre que ve en lo escondido te recompensará”
Entonces el sacerdote comprendió con toda claridad por qué el carnicero era un santo. HABÍA SABIDO AMAR A SU ENEMIGO.

José Luis Latorre, cmf

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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