jueves, 22 de agosto de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 220819


«Venid a la comida de boda»

En el mundo visible, si un pueblo pequeño declara la guerra al rey, éste no se molesta en dirigir él mismo la batalla sino que manda soldados con sus jefes y entran en combate. Si, por el contrario, el pueblo que se levanta contra el rey es poderoso y capaz de arrasar su reino, el rey se ve obligado a entrar él mismo en combate con su corte y su ejército, y dirigir él mismo la batalla. ¡Mira, pues, cuál es tu dignidad! Dios mismo ha combatido son su ejército, quiero decir con sus ángeles y santos espíritus, viniendo él mismo a protegerte para librarte de la muerte. Ten confianza, pues, i fíjate de qué providencia eres objeto.

Saquemos un ejemplo de la vida presente. Imaginemos un rey que encuentra a un hombre pobre y enfermo y que siente repugnancia hacia él, pero cura sus heridas por medio de remedios saludables. Lo hace entrar en su palacio, lo reviste de púrpura, le ciñe una diadema y le invita a su mesa. Es así como Cristo, rey celestial, se llega al hombre enfermo, le cura y le hace sentar a su mesa real, y ello sin violar su libertad, sino convenciéndole por la persuasión a aceptar un honor tan alto.

Por otra parte, se escribe en el Evangelio que el Señor envió a sus siervos para invitar a los que quisieran ir y les hizo anunciar: «¡Mi convite está servido!» Pero los que habían sido llamados se excusaron... Lo ves, el que invitaba estaba a punto, pero los llamados no hicieron caso; son responsables de su suerte. Ésta es, pues, la gran dignidad de los cristianos. El Señor les prepara el Reino y les invita a entrar en él; pero ellos rechazan de ir. Si nos fijamos en el don que habían de recibir se puede decir que si alguno... soportaba tribulaciones desde la creación de Adán hasta el fin del mundo, se puede decir que nada habría hecho comparado con la gloria que tendrá en herencia, porque debe reinar con Cristo por los siglos sin fin. ¡Gloria a aquel que tanto ha amado a esta alma que él mismo se dio y confió a ella, así como a su gracia! ¡Gloria a su majestad!.


Homilía atribuida a San Macario de Egipto (¿-390)
monje
Homilías espirituales, nº 15, § 30-31

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