domingo, 18 de agosto de 2019

El mensaje del Evangelio es un fuego purificador

He venido a traer fuego a la tierra… No he venido a traer la paz, sino la división. (Lucas 12, 49. 51)

Hoy leemos estas extrañas palabras de Jesús, y nos sorprenden, porque no esperamos que el Señor quiera usar el fuego ni causar división en la sociedad ni en las familias. ¿Acaso no vino el Señor a traernos paz, armonía y reconciliación?

En la historia de la Iglesia y hasta ahora mismo, en numerosos lugares del mundo, el hecho de convertirse al cristianismo ha sido causa del rechazo de familiares y vecinos y el nuevo converso ha tenido una difícil decisión que tomar: continuar con la religión diferente de sus padres o seguir su conciencia que le apunta hacia la luz de Cristo.

Tenemos, por ejemplo, los casos de San Francisco de Asís, que fue desheredado por su acaudalado padre, y también Santa Teresa Benedicta de la Cruz, que era de familia judía y al convertirse al catolicismo también fue rechazada por sus familiares.

El Señor enseñaba que todo el que creyera podría entrar en el Reino de Dios: santos y pecadores, judíos y gentiles, pobres y ricos, siempre que hubiera arrepentimiento y cambio de conducta. Estas declaraciones lo pusieron en conflicto con el establecimiento religioso de sus días, porque decía que los escribas y los fariseos eran “hipócritas” y “guías ciegos”.

De modo que nosotros traicionamos el Evangelio si lo reducimos solo a un mensaje “agradable” pero insípido para todos, que no denuncia el pecado, ni las injusticias sociales. Tal Evangelio no sería levadura en el mundo. Existe la tendencia a suavizar el Evangelio y reducirlo solo a palabras bonitas y experiencias agradables. Cuando sucede esto, es porque el fuego se ha apagado, la levadura ha perdido su efecto, la sal ha perdido su sabor y la luz se ha extinguido.

El mensaje del Evangelio es un fuego purificador; es la levadura de la sociedad y el mundo. Pero un fuego encendido hay que atenderlo para que siga ardiendo, y nosotros, los seguidores de Jesús, somos los que hemos de reavivar el fuego y mantenerlo encendido.
“Señor mío, Jesucristo, te ruego que me concedas el don de la fortaleza para resistir la adversidad, el rechazo y la persecución.”
Jeremías 38, 4-6. 8-10
Salmo 40 (39), 2-4. 18
Hebreos 12, 1-4
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros 

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