martes, 24 de marzo de 2020

COMPRENDIENDO LA PALABRA 240320


La piscina del bautismo es la que nos sana

Descended, hermanos, a las aguas del bautismo, revestíos del Espíritu Santo; 

uníos a los seres espirituales que sirven a nuestro Dios.

¡Bendito se Aquel que ha instituido el bautismo para el perdón de los hijos de Adan!

Esta agua es el fuego secreto que marca con un signo a su rebaño, 

con los tres nombres espirituales que ahuyentan al Maligno (cf Ap 3,12)…

Juan testifica de nuestro Salvador: “Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego” (Mt 3,11).

He aquí, hermanos, el fuego del Espíritu, en el verdadero bautismo.

Porque el bautismo es más poderoso que el Jordán, ese arroyo; 

con sus oleadas de agua y de aceite lava los pecados de todos los humanos.

Eliseo, haciéndole bañar siete veces, purificó a Naaman de su lepra (2R 5,10); 

el bautismo nos purifica de los pecados escondidos en el alma.

Moisés había bautizado al pueblo en el mar (1C 10,2), 

sin poder lavar, sin embargo, por dentro su corazón, 

ensuciado por el pecado.

Mirad ahora, a un sacerdote, semejante a Moisés, lavando al alma de sus manchas, 

y con el aceite marca con una señal a los nuevos corderos para el Reino… 

Con el agua manada de la roca se calmó la sed del pueblo (Ex 17,1s); 

y ahora, por Cristo y por su fuente, la sed de los pueblos es saciada. (…)

Del costado de Cristo sale una fuente que da vida (Jn 19,34); 

los pueblos sedientos han bebido de ella y han olvidado su pena.

Derrama, Señor, tu rocío sobre mi debilidad; 

por tu sangre perdona mis pecados.

Que mi nombre sea contado entre los santos, a tu derecha.

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