miércoles, 18 de marzo de 2020

MEDITACIÓN PARA HOY: MATEO 5, 17-19

No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. (Mateo 5, 17)

En el Antiguo Testamento, Dios dio instrucciones a su pueblo por medio de la ley y los profetas. La Ley son los Diez Mandamientos que el Señor dio a Moisés en el Monte Sinaí y otros preceptos. Los profetas eran hombres y mujeres ungidos por Dios para ser sus portavoces ante el pueblo. En las escrituras hebreas, los textos conocidos como “los profetas” son los libros de Josué, Jueces, Samuel, Reyes, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y los doce profetas menores.

Jesús, la Palabra de Dios que vino al mundo, es el cumplimiento de todo lo que Dios había anunciado mediante la ley y los profetas. La palabra “cumplir” significa completar, aportar lo que falta. En este texto, el significado de “cumplir” incluye también el de perfeccionar lo imperfecto. Jesús reconoció que la ley de Moisés y los profetas eran buenos, pero imperfectos. Por eso dijo “no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud” y añadió que “el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos.”

Mateo señala en su Evangelio (5, 21-48) seis aspectos de la vida humana (asesinato, adulterio, divorcio, juramentos, venganzas y amor a los enemigos) en los que había que perfeccionar la ley. Por su muerte y su resurrección, el Señor nos da la posibilidad de vivir según la ley y los profetas. Incluso dijo que ni un punto ni una letra se le quitaría a la ley. Lo que Jesús quería explicar era que la forma de vida descrita en la ley y los profetas era buena y que, unidos a él, nosotros podemos cumplirla.

¿Cómo puede nuestra justicia ser mayor que la de los escribas y fariseos? Puede serlo porque tenemos algo que ellos no tuvieron: la presencia de Jesús en nosotros por el poder del Espíritu Santo. Por nuestros propios méritos, somos incapaces de cumplir los mandamientos; pero con Cristo en nuestro corazón, tenemos la fuerza y el entendimiento necesarios para ser obedientes.
“Jesús, Señor mío, te doy gracias porque, por la fe y el Bautismo en tu muerte y resurrección, he recibido el poder que me habilita para vivir a la luz de tus enseñanzas y ser obediente al Padre.”
Deuteronomio 4, 1. 5-9
Salmo 147, 12-13. 15-16. 19-20
fuente: Ciudad Redonda

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